Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Gonzalo Ruiz Zapatero
2012
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PRESENCIA SOCIAL DE LA ARQUEOLOGÍA
Y PERCEPCIÓN PÚBLICA DEL PASADO
Gonzalo Ruiz Zapatero
A la memoria de mi hermana María del Carmen (Lula)
por toda la luz, bondad y ejemplo que nos dio siempre.
En un episodio de 1997 de la famosa serie Los Simpson el director Skinner
anuncia por megafonía que todos los buenos estudiantes serán premiados
con una visita a una excavación arqueológica. Se oyen voces de entusiasmo.
Pero también, continúa la alocución, todos los malos estudiantes serán castigados con una visita a una excavación arqueológica. Se oyen gritos de desaprobación. Si la arqueología ha llegado a Los Simpson es, sin duda, porque
se trata de un tema de amplio reconocimiento social. De alguna manera los
Simpson hacen existir realmente a la arqueología en el mundo actual. Algo
parecido difícilmente hubiera podido suceder en series de dibujos animados
de veinte o treinta años atrás. En gran medida, la presencia de la arqueología
en los medios de comunicación de masas es lo que otorga relevancia social al
estudio material del pasado. El fenómeno Stonehenge en el Reino Unido y el
fenómeno Atapuerca en España constituyen dos buenos ejemplos de cómo,
en la actualidad, grandes proyectos y equipos están convencidos de que la
comunicación efectiva con el público tiene que hacerse a través de una amplia
batería de medios (exposiciones, prensa, videos, libros, TV, etc.), argumentando que son esenciales para divulgar los resultados de la arqueología.
La arqueología ha construido en las últimas décadas puentes cada vez más
sólidos con las sociedades en las que actúa (Copeland, 2004; Darwill, 2006;
Eriksson, 2011 y Sabloff, 2009) y, especialmente, con el tema de la comunicación a audiencias lo más amplias posibles (Laneri, 2002; Lerner, 2010; Holtorf,
2007b y Pokotylo, 2007). Probablemente, en buena medida, por la conciencia
de que trabaja mayoritariamente con financiación pública y en la actualidad,
con la crisis económica iniciada en 2008 (Schlanger y Aitchison, 2010), parece
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sentirse una presión añadida para justificar lo que hace de cara a la sociedad
y destacar cuales son los beneficios que aporta (Little, 2002). Dentro de la
creciente concienciación de la importancia de la divulgación arqueológica se
está abriendo camino una idea nueva entre los arqueólogos: la necesidad de
conocer bien a los distintos públicos (McManamon, 1991; Prior, 1996). Y en
ese sentido, quizás somos nosotros los que desconocemos al público más que
el público a la arqueología (Hargreaves y Ferguson, 2000). No basta conocer
la disciplina y los mecanismos y formatos de divulgación y, más que quejarnos de que “la gente” no conoce la arqueología, deberíamos preocuparnos
por conocer las ideas, expectativas, preferencias y deseos de las diferentes
audiencias. No para satisfacer servilmente sus opiniones (Kristiansen, 2008)
sino para construir potentes mensajes arqueológicos que utilicen y se apoyen
en aquellas (McManamon, 2000). Y también debemos conocer los medios de
comunicación moderna porque los medios conocen bien el potencial de la
arqueología para la narración escrita y visual y son, en gran medida, los que
presentan y definen la arqueología para los diferentes públicos. De manera
que, como arqueólogos, haríamos bien en estar informados sobre la percepción pública de nuestra propia disciplina; y aún más deberíamos trabajar más
activamente para lograr una imagen más efectiva ante la sociedad (Bathurst,
2000-2001).
Por otra parte, el pasado arqueológico está en la vida cotidiana más presente
de lo que habitualmente pensamos y un ciudadano se puede encontrar con el
pasado a lo largo de un solo día de múltiples formas: en la arquitectura neoclásica de una entidad bancaria, en una cerveza de marca Celta, en una exposición
sobre Tesoros Sumergidos de Egipto, en las revistas del kiosco que dan cuenta
del último hallazgo fósil, en el anuncio de un periódico del Museo de la Evolución Humana de Burgos o en el de una entidad bancaria que nos anima a
evolucionar con un gráfico tradicional de la evolución humana, en una novela
prehistórica como la última de J. Auel, La tierra de las cuevas pintadas (2011), en
un videojuego que nos desafía a conquistar tierras para el Imperio Romano, en
un documental de arqueología sobre Ötzi, el Hombre del Hielo, en un restaurante que ofrece “cenas medievales” o, en fin, en un anuncio televisivo del Metro
de Madrid habitado por “cavernícolas” que buscan la estación Prehistoria (Ruiz
Zapatero, 2009a). Son pequeños trozos del pasado, muy anecdóticos ciertamente, pero que conforman el imaginario popular sobre el pasado de una forma importante y potente. Y sin duda con más impacto que la arqueología académica.
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Pero el pasado es, ciertamente, un país extraño (Lowenthal, 1999), no visitable e inaprensible. La arqueología como conocimiento real del pasado es
imposible. Nada de lo que hemos hecho generaciones de arqueólogos en todo
el mundo y lo que hagan las próximas generaciones cambiará este hecho. No
podemos viajar al pasado y no podemos creer que vivimos el pasado como
lo vivieron las gentes del pasado (Hoffer, 2008: 179). Pero hacer arqueología, estudiar el pasado no es imposible. No podemos reconstruirlo pero sí
representarlo. Para ello tenemos que completar el puente desde el presente al
pasado. Como señala Hoffer, refiriéndose a la historia, esa es la clave. En una
de las últimas escenas de Indiana Jones y la Última Cruzada, Indi debe cruzar
un abismo para llegar a la cueva donde se guarda el Santo Grial. Para ello
tiene que tener fe, y esa fe exige que de un paso sobre el abismo (“el que tiene
fe cruzara”); lo hace y encuentra suelo firme, un puente invisible al otro lado
(figura 1). Lo que necesitamos para estudiar el pasado es fe en el puente construido con nuestros métodos y teorías. Evidentemente una fe que nada tiene
que ver con lo religioso sino con nuestra confianza en la manera de hacer
arqueología. Pero hacer arqueología nos enfrenta con la paradoja de una búsqueda de certezas en un mundo –el del pasado– incierto. Es una paradoja que
podemos superar con confianza en nuestras habilidades y el reconocimiento
de nuestras limitaciones (Hoffer, 2008: 181). Sólo entonces el puente entre el
presente y el pasado estará sujetado y pavimentado con seguridad, seguridad
en que podemos conocer parte del pasado, contrastar distintas visiones del
mismo, y total confianza en que dicha tarea merece la pena.
Figura 1. “Sólo el que tiene fe pasará”. Fotograma y cartel de la película Indiana Jones
y la última cruzada (S. Spielberg, 1989).
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Ese puente arqueológico al pasado es el que tenemos la obligación de
presentar y animar a que lo crucen el mayor número de audiencias posible.
¿Hacemos realmente eso? ¿Es un puente con buenas señalizaciones de las direcciones a las que lleva? ¿Ayudamos a la gente a cruzar el puente? ¿Cómo ve
el puente la gente? A estas y otras cuestiones relacionadas trataré de ofrecer
respuesta en el presente trabajo. Para ello, en primer lugar, analizaré por un
lado, las relaciones entre arqueología y sociedad en las últimas décadas y, por
otro lado, los tipos de público. En segundo lugar, realizaré un breve repaso de
los principales medios a través de los cuales la arqueología se hace presente
en la sociedad contemporánea –exposiciones, museos y yacimientos arqueológicos, libros y revistas, publicidad, medios de comunicación, conferencias y
cursos, libros infantiles, novelas “arqueológicas” y cómics, películas, Internet
y videojuegos–, señalando solamente algunos datos significativos para comprender dicha presencia y su impacto. En tercer lugar, me ocuparé de examinar los pocos estudios realizados sobre la percepción que las audiencias
tienen de la arqueología actual y de destacar la gran importancia que tienen
estos estudios para dibujar los contornos de la percepción pública de la arqueología. Este será el punto al que dedicaré más atención, puesto que estoy
firmemente convencido de que conocer las percepciones de los distintos públicos es fundamental para la divulgación de la arqueología, lo que equivale
a decir fundamental para su futuro como disciplina académica. Y por último,
esbozaré algunas perspectivas de futuro en relación con la divulgación social
de la arqueología y con la percepción popular del pasado arqueológico. Apuntando algunas líneas y direcciones en las que, en mi opinión, debería moverse
la arqueología en los próximos años, sin que en ello exista la más mínima
intención, por mi parte, de prescribir nada.
ARQUEOLOGÍA Y SOCIEDAD. LOS PÚBLICOS DE LA ARQUEOLOGÍA
Los arqueólogos somos, de alguna manera, mediadores entre la gente del
pasado que estudiamos y la gente del presente y del futuro a la que destinamos los conocimientos históricos que producimos. De esa mediación se
deduce que deberíamos tener mucho interés, no solamente por la gente del
pasado sino también por la del presente. La realidad de los últimos 150 años
no ha sido así, hemos ignorado, en gran medida, a la sociedad porque nos
hemos empeñado mucho en dirigirnos a nuestros propios colegas casi en
exclusividad.
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El conocimiento de las audiencias, de los públicos, exige, en primer lugar,
admitir el error común de creer que existe lo que hemos llamado el “público
general”. No hay un público general sino que siempre tratamos con distintos públicos, que a su vez tienen diferentes capacidades, distintos intereses
y una gran diversidad de posibilidades de acceder al pasado. Una manera de
contemplar esa diversidad es el modelo que he propuesto de la imagen metafórica de una pirámide egipcia (figura 2), en la que se distribuyen diferentes
categorías de audiencias con diferentes capacidades de valoración del Patrimonio Histórico y Arqueológico (Ruiz Zapatero, 2005a). Aunque no pretendo,
en absoluto, reducir todos los posibles públicos a esas categorías es una forma
de aproximación plural y caleidoscópica a la realidad de la diversidad de públicos potenciales. El problema básico es que muchos arqueólogos creen que
se dirigen a otros colegas en lugar de a una plasticidad de audiencias, todas
ellas no-especialistas, y aunque ciertamente los especialistas son una parte
de los públicos de la arqueología son, sin duda, el público cuantitativamente
más reducido y, por otro lado, el menos necesitado de atracción a la vez que
Figura 2. Pirámide de públicos de la arquelogía (modificado de Ruiz Zapatero, 2005a).
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el mejor informado. Por debajo de la cúspide de la pirámide los segmentos de
público van siendo más numerosos y también progresivamente a medida que
descendemos más difíciles de atraer y cuentan con menos conocimientos previos. Los estudiantes universitarios de historia y arqueología, los arqueólogos
aficionados y los coleccionistas (un sector muy respetable pero que puede ser
problemático) constituyen cuerpos de la parte alta de la pirámide arqueológica de públicos. Los titulados superiores y el profesorado y alumnado no-universitario son colectivos importantes, el último especialmente caracterizado
como una audiencia muy específica. En muchas ocasiones, sencillamente es
un público cautivo. La categoría de turistas debería incluir distintos tipos pero
genéricamente constituye, dividido en nacionales e internacionales, un target
muy conspicuo. En algunos países anglosajones los visitantes de ciertos sitios
como conjuntos megalíticos en Europa o kivas de los indios Pueblo del SO de
EE.UU. incluyen un porcentaje nada desdeñable de personas que acuden por
sus creencias en la New Age y otros movimientos espirituales esotéricos y los
arqueólogos empiezan a respetarlos y crear programas especiales dirigidos a
ellos. La base de la pirámide son los “grandes ignorados”, las poblaciones locales en las cercanías y entornos de monumentos y yacimientos arqueológicos,
que tradicionalmente nunca o apenas han sido tenidos en cuenta. Sin duda,
si consideramos la multitud de sitios arqueológicos dispersos, constituyen el
público mayoritario y de su consideración ha surgido desde hace algo más de
una década la llamada arqueología de comunidad (Marshall, 2002) que está teniendo un continuado y significativo crecimiento (Moshenska y Dhanjal, 2011;
Simpson y Williams, 2008), sobre todo en el Reino Unido y EE.UU. (Simpson,
2010). Básicamente la arqueología de comunidad intenta implicar, de forma
directa y con múltiples iniciativas, a las comunidades locales en la protección,
investigación y promoción de su patrimonio local (Malloy y Jeppson, 2009).
De alguna manera es una arqueología desde abajo (Faulkner, 2000).
Todavía en el subsuelo de la pirámide se sitúan unos públicos –en muchos
países más bien son no-públicos– que se encuentran virtualmente separados o
excluidos de la arqueología: por un lado, aquellos colectivos que nunca o casi
nunca han conocido la arqueología por diversas razones (por ejemplo invidentes y discapacitados infantiles), y por otro lado, colectivos marginados como
enfermos terminales o población reclusa. Pero ciertamente son también públicos y se han iniciado con ellos, en algunos países, programas y experiencias
muy valiosos.
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El reconocimiento de la pluralidad de públicos es absolutamente esencial para
una divulgación eficaz. Aunque es cierto que en ciencia es muy reciente la exploración de las “comprensiones científicas de los públicos” por parte de los científicos, contamos ya con algunas aportaciones verdaderamente deslumbrantes
(Nieto-Galan, 2011). Eso exige superar la fórmula dominante de la “comunicación
de una única dirección” y se tiende a buscar fórmulas más complejas que supongan la implicación de las audiencias a través de la diversidad, la flexibilidad y la
activación de distintos niveles divulgativos (Davies, 2008). En definitiva, como
bien dice Nieto-Galan (2011: 315), la divulgación científica no debe ser considerada
“como una actividad periférica o marginal respecto al conocimiento científico, no
como algo inferior, sino como una función más, plenamente integrada en todos
los niveles en la práctica científica cotidiana, ubicada en primera línea de la batalla
por la hegemonía, la autoridad y el poder”.
Considerar la diversidad de públicos, estudiar sus ideas, creencias y conocimientos, es considerar mejor la arqueología, es pensar en los destinatarios del conocimiento que producimos, es comprobar que las líneas que separan a expertos
de profanos son difusas y, en definitiva, es repensar el sentido de lo que supone
estudiar el pasado. Las distintas audiencias nos deben enriquecer con sus percepciones e inquietudes porque nos ayudan a conformar los cauces para hacer una
arqueología que interese, llegue y sea útil a todos los ciudadanos. Y sobre todo,
para divulgar el pasado debemos tener muy presente que todos los arqueólogos
podemos aprender mucho de todos nuestros públicos. Además, con esta nueva
actitud, podemos dignificar a todos los públicos de la arqueología sin distinciones
(Nieto-Galan, 2011: 317).
LA PRESENCIA DE LA ARQUEOLOGÍA EN LA
SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
La arqueología, en versiones académicas, divulgativas, esotéricas y fantasiosas
llega a través de múltiples canales a muchas audiencias en las sociedades contemporáneas occidentales. Son auténticos fogonazos audiovisuales, visuales,
sonoros y textuales, de muy diferente valor, pero que alcanzan a mucha gente.
Aquí sólo pretendo comentar muy por encima algunos de los medios por los que
la arqueología configura el imaginario popular y colectivo en el mundo actual.
Las exposiciones, sobre todo las de gran efecto y publicidad, en museos,
centros e instituciones culturales tienen un gran impacto. Exposiciones muy
académicas y de temas relativamente especializados logran cifras de algunos
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cientos de miles de visitantes pero las de “temas-gancho” como las de Egiptología no sólo logran visitas astronómicas sino que llegan a cobrar por ver simples reproducciones y escuchar a “arqueólogos mediáticos”, como el caso reciente “Tutankhamon: la tumba y sus tesoros” (Comunidad de Madrid, 2010)
y la multitudinaria conferencia de Zahi Hawass en el Palacio de Exposiciones
de la capital de España. Se paga por ver una tumba de cartón piedra y unos
“tesoros” que simplemente son unas buenas reproducciones y por escuchar la
conferencia, es una especie de arqueología espectáculo. Resulta de buen tono
decir que se ha ido a exposiciones aunque no se vean auténticas piezas arqueológicas. Son exposiciones con una clara finalidad mercantil, más que cultural.
Como alguna exposición anterior, también en Madrid, sobre los guerreros de
Xi´an (Fundación Canal de Isabel II, 2004) que presentaba diez de las célebres
esculturas chinas completamente divorciadas de su contexto arqueológico y
cultural. Con buenas operaciones de marketing se pueden conseguir importantes éxitos de público. En nuestro país los museos arqueológicos más prestigiosos ofrecen buenas exposiciones, tanto traídas de fuera como producciones propias, pero a veces la impresión es que están excesivamente dirigidas a
públicos cultos y no se intenta –al menos no suficientemente– utilizar medios
atractivos para los públicos menos proclives a visitar exposiciones. Me refiero
a la posibilidad de recurrir a ideas heterodoxas, con larga tradición en otros
países europeos, como figuras bien conocidas popularmente del cine o de los
cómics. Y así Astérix y Obelix han sido la excusa para exposiciones sobre los
galos o los celtas en museos belgas, franceses, holandeses, suizos, etc… con
gran éxito, como también lo han sido los héroes prehistóricos de papel Rahan,
Tounga y Toumac en Francia (http://www.skene.be/RW/EXPO/ImagesPrehistoire). ¿Para cuándo la primera semejante en un museo español?
Aquí ha habido una larga espera para que Indiana Jones sirva de gancho a
una exposición, la del Museu d´Arqueologia de Catalunya en Barcelona (Orovio, 2011), celebrando los treinta años del estreno de la película En busca del
arca perdida de Spielberg que inauguró la famosa saga. El referente moderno
lúdico puede servir, con un poco de inteligencia y habilidad, para interesar a
la gente en el pasado histórico. El rigor y seriedad en temas arqueológicos no
debe estar reñido con la amenidad para presentarlos.
Los museos, yacimientos arqueológicos visitables o presentados al público
con centros de interpretación (Hernández, 2010; Timoney, 2009) constituyen
una de las formas más directas, eficaces e impactantes de divulgar el pasado
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(Merriman, 1999; Masriera, 2007; Mansilla, 2004; Moser, 1998; Santacana y
Hernández, 2006; Wood y Cotton, 1999). Los problemas que arrastran muchos de los museos arqueológicos –presentaciones de objetos descontextualizados, mero atractivo visual con pocos mensajes claros y pobre museografía
(Lull, 2007: 364-66 y Ruiz Zapatero, 2009b: 27 ss.)–, hacen que las cifras de
visitantes en nuestro país no sean muy elevadas (figura 3) y, además, habría
que recordar que buena parte de su número de visitante es público cautivo
(por ejemplo los escolares llevados obligatoriamente). Con todo disponemos
de pocos estudios de visitantes de museos arqueológicos (Alcalde, 1995; García Blanco et al., 1999; Pérez Santos, 2000) y desde luego no contamos con
una radiografía detallada de sus visitantes. Por otro lado, no tenemos muchos
yacimientos bien presentados al público, aunque cuando la oferta es buena
consiguen atraer a decenas de miles de visitantes al año: Atapuerca, Numancia, Emérita y Tarraco, las cuevas con arte paleolítico de la región cantábrica y
muchos otros sitios arqueológicos (http://www.arqueoturismo.net/). Y ver y
“tocar” los restos arqueológicos in situ siempre constituye un estímulo atractivo para todos los públicos (Ruiz Zapatero, 1998). Las visitas guiadas cada
vez tienen más demanda así como cualquier actividad participativa. Un caso
Figura 3. El miedo a los museos arqueológicos (Viñeta de El Roto, modificada).
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especial es la de las visitas a excavaciones en desarrollo, desde la bienvenida
rotunda de hace años (Binks et al., 1988) no ha habido mucho interés en
publicar experiencias y estrategias (Moshenska, 2009b) y en nuestro caso no
conozco ningún estudio ambicioso en esta dirección. Por otra parte, hay un
peligro continuo: debemos combatir la pura mercantilización de los sitios
arqueológicos (Rowan y Baram, 2004) y el mero consumismo patrimonial
(Ruiz Zapatero, 2009a).
Los libros de divulgación arqueológica ofrecen un panorama bastante
triste: pocos buenos realizados por profesionales y algunos más –no muchos
ciertamente– muy mediocres escritos por aficionados de muy distinta naturaleza. La visita a cualquier librería no deja lugar a dudas y la ausencia de best
sellers (salvo el caso del fenómeno Atapuerca) confirma la atonía de este tipo
de publicaciones. No existe ni una serie que merezca tal nombre dedicada a
la arqueología, ya que las pocas existentes (Ariel, Akal, Crítica y Síntesis) son
más bien universitarias.
Las revistas de divulgación histórica, presentes en muchos quioscos y puntos de prensa, incluyen eventualmente artículos de arqueología. A las pioneras Historia 16 e Historia y Vida han ido siguiendo otras como La Aventura de
la Historia, Clio, National Geographic Historia, Historia de Iberia Vieja, Muy
Historia, Memoria, BBC Historia y otras de ámbito autonómico como las catalanas Sàpiens y L´Avenç, la andaluza Andalucía en la Historia y la madrileña
Madrid Histórico. En conjunto estas revistas han realizado una verdadera “revolución silenciosa” (Casals y Casals, 2004) sobre todo si tenemos en cuenta
que, en conjunto, tiran más de 350.000 ejemplares y que pueden llegar a tener
más de un millón de lectores potenciales cada mes (Ruiz Zapatero, 2009b:
20). Presentan, en principio, un potencial alto para difundir cuestiones arqueológicas, aunque los trabajos de arqueología no son muy numerosos. A
esas revistas habría que sumar las pocas revistas estrictamente de arqueología
como Revista de Arqueología, bastante venida a menos, y que cuenta con un
estudio pionero (Mansilla, 2001) que amplia una experiencia americana (Gero
y Root, 1996), y Arqueo. Sólo muy recientemente estamos empezando a analizar sus contenidos y difusión real así como el valor de las revistas esotéricas
que publican pseudoarqueología (Domínguez-Solera, 2009). En estas revistas, con tiradas nada desdeñables, la fringe archaeology repite continuamente
una temática limitada: la Atlántida, extraterrestres, Egiptología, Arqueoastronomía, antiguas religiones, grafismos misteriosos y arte (Fagan, 2006).
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La arqueología en libros infantiles y juveniles constituye un fenómeno
reciente en nuestro país, comparado con otros (Galanidou y Dommasnes,
2007). Al lado de una mayoría de traducciones de originales franceses y británicos se van publicando algunos títulos propios que configuran un apreciable
elenco de obras en editoriales comerciales (un balance reciente en Ruiz Zapatero, 2010b: 168-175). Por otra parte las propias instituciones arqueológicas
y los profesionales van ocupándose del tema; así el INRAP francés acaba de
editar La Arqueología a tu alcance (De Filippo y Garrigues, 2009) una excelente obra para niños que explica bien y desde una perspectiva profesional
la arqueología. Por su parte J. Clottes (2008), el gran especialista francés en
arte paleolítico, ha escrito un delicioso texto para explicar la Prehistoria a los
jóvenes aprovechando la experiencia con sus nietos, y en España J. L. Arsuaga
(2008) con Mi primer libro de Prehistoria acaba de publicar algo parecido, que
se suma a algún libro anterior como Entre homínidos y elefantes. Un paseo
por la remota Edad de Piedra (Querol y Castillo, 2003).
El pasado arqueológico en ficción literaria cuenta con una buena tradición en Francia (Zamaron, 2007), el Reino Unido (http://www.trussel.com/f_
prehis.htm) y EE.UU. (Gressens, 2005). Una pequeña parte se ha traducido
al castellano, especialmente la referida a la Prehistoria (Fernández Martínez,
1991) y a la arqueología clásica: magníficos los ensayos de R. Olmos sobre
diversos contextos de la Antigüedad publicados a principios de los años 1990
en Revista de Arqueología.
Los cómics merecen una atención especial, por la gran capacidad de atracción para niños y jóvenes –también para adultos–, cuentan con una creciente
importancia en Prehistoria y Arqueología (Gallay, 2002; Ruiz Zapatero, 1997
y 2005b) y ofrecen muchas posibilidades didácticas. Los propios arqueólogos
empiezan a interesarse seriamente e incluso se ha publicado un manual de
introducción a la arqueología ¡todo en viñetas! (Loubser, 2003). Y ahora que
se estrena la película de Spielberg sobre las aventuras de Tintin resulta oportuno reseñar el curioso e interesante libro Hergé archéologue (Crubézy y Senégas, 2011) que explora el trasfondo arqueológico real detrás de las historias
del famoso reportero. Entre nosotros se ha iniciado la producción de historietas ambientadas en la Prehistoria como Explorador en la Sierra de Atapuerca
(Fundación Atapuerca, 2004) inspirado en los hallazgos de Homo antecessor
en Atapuerca y El Poble de l´Estany (Ayuntamiento de Banyoles, 2006), una
interesante aventura ambientada en el Neolítico de Cataluña.
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La arqueología en la publicidad comercial ha ido creciendo a lo largo del
tiempo (Schnitzler y Schnitzler, 2006). La publicidad aprovecha las ideas populares ligadas al pasado para vender los productos que propone. En mayor
o menor medida es algo que se ha hecho desde la propia configuración de la
Prehistoria y la Arqueología como disciplinas, aunque en las últimas décadas es cuando ha experimentado un crecimiento mayor. Los iconos arqueológicos –sean megalitos, celtas, personajes del Egipto faraónico, esculturas
griegas o romanas, templos, armas o la iconografía de la evolución humana–
ayudan a reforzar conceptos como belleza, elegancia, antigüedad, fortaleza,
originalidad o clasicismo aplicados a los productos comerciales que se publicitan. Nos falta en España un estudio pionero de esta clase que revelaría
aspectos muy sutiles de la percepción popular de la arqueología, pero puede
verse algo interesante en algún blog (http://www.historiayarqueologia.com/
profile/JaimeAlmansaSanchez).
Conferencias y cursos dirigidos a la divulgación arqueológica son algunos
de los medios más tradicionales, sobre todo las conferencias, quizás llegando
a un público reducido pero de forma eficaz. Lamentablemente el género de
la conferencia está en franca decadencia y resulta cada vez más difícil conseguir audiencias de cierta importancia, además los centros académicos suelen
ofrecer un cierto rechazo a varios públicos (figura 4). Alternativas populares,
llevando a la gente paseando por los propios restos arqueológicos, impartiendo charlas en plazas de pueblos con grandes pantallas al atardecer, o las
universidades de mayores o de la experiencia pueden ser fórmulas interesantes que no hagan perder el poder de la palabra, de la comunicación verbal
directa, que siempre será un valor. Las nuevas tecnologías de la información
no deben anular la fuerza del discurso hablado; desgraciadamente a veces el
medio es todo o casi todo y adquieren todo sentido las palabras de un sabio
jefe de bedeles en una vieja universidad cuando le preguntaba al conferenciante invitado: “¿le enchufo el power-point o va Vd. a decir algo interesante?”.
Un mundo complejo y emergente lo constituyen los video-juegos que incluyen marcos temáticos del pasado, real o ucrónico, y que por su carácter
fundamentalmente lúdico se excluyen de cualquier intento formativo o didáctico aunque en la práctica transmitan visiones y falsos-conocimientos que
pasan a formar parte del imaginario del pasado (Watrall, 2002). Aunque yo
también creo que la mezcla de realidad y fantasía en los juegos de rol no es
del todo rechazable (Sevillano y Soto, 2011).
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Figura 4. La conferencia de arqueología (Viñetas de la Familia Ulises
de Benejam, en TBO, años 1960).
La arqueología en la prensa, la radio, el cine y la televisión la he analizado
en otros lugares (Ruiz Zapatero, 1996, 2007 y 2009b: 19-22; Ruiz Zapatero y
Mansilla, 1999) y cuenta con cierta cobertura en las principales tradiciones
arqueológicas, especialmente la televisión y el cine (Clack y Britain, 2007;
Hutira, 2010; Kulik, 2006; Paynton, 2002; Schmidt, 2002; Van Dyke, 2006).
Tampoco falta el interés hacia la fringe archaeology con estudios interesantes
(Fagan, 2006 y Lovata, 2007), o sobre la imagen que proyectan los medios de
la figura del arqueólogo (Holtorf, 2007c). La arqueología en televisión tiene,
en nuestro país, un paupérrimo desarrollo, en el que apenas cabe citar la serie de TVE Memoria de España (2004-2005) con una lamentable puesta en
escena en los capítulos de Prehistoria y Antigüedad, el programa catalán Sota
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Terra de TV3 (2010) (http://www.tv3.cat/sotaterra), una versión del famoso
Time Team británico con mejores intenciones que resultados, y la serie Hispania de Antena 3 (2010) (http://www.antena3.com/series/hispania/) que, a
pesar de su mala ambientación arqueológica, ha tenido bastante éxito con
las aventuras de Viriato –más de 4,6 millones de seguidores como media– y
ha iniciado su segunda temporada. Y sólo hemos empezado a chequear la arqueología en la prensa (Almansa y del Mazo, en prensa; Meneses Fernández,
2004), que como han demostrado otros estudios nos debería interesar más
por la imagen social que proyecta de la disciplina (Khun, 2002).
Finalmente, Internet es un nuevo mundo que acoge todo tipo de información y consecuentemente la arqueología crece continuamente con contenidos maravillosos al lado de otros deplorables: la Red es posible de lo mejor
y de lo peor. Mucha arqueología está ya en Internet, mucha más lo estará en
muy poco tiempo y cada vez más los distintos públicos acudirán a buscar
información en la Red. Internet es ya la gran fuente de conocimiento arqueológico popular y cabe preguntarse si no se convertirá en un nuevo registro
arqueológico. En muchos aspectos ha desplazado ya, como veremos más
adelante en las encuestas, a otros medios tradicionales y es, junto al cine, el
medio más demandado en las sociedades avanzadas del siglo xxi.
LOS ESTUDIOS DE PERCEPCIÓN POPULAR DE LA ARQUEOLOGÍA
El estudio de las percepciones que los distintos públicos tienen de la arqueología no ha formado parte, tradicionalmente, de las agendas investigadoras
de los arqueólogos, más allá de simplificaciones y afirmaciones tópicas o al
menos muy superficiales (Prior, 1996; Schmidt, 2002). El interés por las percepciones populares de la arqueología forma parte de los nuevos intereses
ligados a la ampliación y consolidación de la CRM, Cultural Resource Management (King, 2005; Lynne y Lipe, 2010), algo así como la Gestión del Patrimonio Cultural en España aunque con matices diferentes (Querol, 2010),
y de la Public Archaeology en el ámbito anglosajón (Reino Unido, EE.UU. y
Australia) a lo largo de las dos últimas décadas (Darwill, 2006; Holtorf, 2007a;
Matsuda, 2004; Merriman, 2004; Moshenska, 2009a). Incluso se defiende,
muy convincentemente, que la Public Archaeology consituye una obligación
moral de todos los profesionales de la Arqueología (McManamon, 1998),
aunque sólo muy recientemente se puedan hacer balances de trayectorias
profesionales dentro de la Arqueología Pública como una carrera específica
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dentro de la disciplina (Saunders, 2011). Lo que sin duda, unido a la introducción de la materia en la universidad –pionera fue la UCL (University College
London) bajo la dirección de P. Ucko–, la aparición de una revista específica
Public Archaeology (2000) y el fuerte crecimiento de trabajos en revistas y
sesiones en congresos del último decenio, ha supuesto la mayoría de edad
de la especialidad. Pero el estudio de la percepción popular de la arqueología
es mucho más reciente en nuestro país (Almansa, 2006 y 2011) y otros países
europeos; y prácticamente inexistente en la mayor parte del resto del mundo
(pero véase Katsamudanga, 2009).
Se trata de un tipo de estudios que se encuentran en una fase pionera,
incluso en el mundo anglosajón como veremos a continuación. Con dos grandes problemas: primero, el escasísimo número de investigaciones realizadas
y segundo, el desigual valor de las muestras que han empleado esos pocos
trabajos. A todo ello habría que añadir la manera de realizar las preguntas o
los formularios con preguntas cerradas que sesgan, sin duda alguna, las respuestas y, en consecuencia, relativizan el valor de las comparaciones entre las
percepciones de distintos países. Eso significa sencillamente que conocemos
relativamente mal cuáles son las opiniones, los imaginarios y las actitudes
de las diferentes audiencias sobre nuestra disciplina. Con todo, aquí intento
ofrecer un resumen crítico de los resultados disponibles, por más que debamos ser muy cautelosos a la hora de sacar algunas conclusiones generales.
Pero en algún momento hay que hacerlo aunque sólo sea para llamar la atención sobre las dificultades existentes y la necesidad de más y mejores estudios
en el futuro próximo.
Existen otras vías, por supuesto, para explorar la percepción popular sobre la
arqueología como demuestran el interesante estudio de Nichols (2004) a partir de
los documentales arqueológicos emitidos en la televisión australiana y el análisis
de la arqueología televisiva británica (Kulik, 2006; Paynton, 2002), acaso la más
importante del mundo, pero por ahora parecen vías apenas esbozadas.
Para empezar, merece la pena considerar algunos de los resultados más
significativos de dos grandes encuestas en América y Europa. Sin duda, la
encuesta de opinión más amplia que tenemos es el famoso Informe Harris
(Ramos y Duganne, 2000) realizado, con un amplio muestreo, en EE.UU. y
que constituye hasta ahora el estudio más sólido y representativo. El Informe
Harris revela que el 60% de los estadounidenses cree en el valor de la arqueología en la investigación y la educación, el 64% piensa que no se deberían
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sacar piezas arqueológicas sin autorización de los países implicados, el 80%
opina que se deben conceder subvenciones públicas para la protección de
yacimientos arqueológicos, mientras que el 86% considera que se deben dedicar fondos públicos para preservar sitios de valor histórico y arqueológico.
Por último, el 96% piensa que deben existir legislaciones específicas para la
protección de restos arqueológicos. Sobre la importancia de la arqueología
en la sociedad contemporánea los estadounidenses la califican bastante bien
con una media de 7,3 sobre 10. En cuanto al interés demostrado se puede
destacar que el 88% han visitado museos, el 37% han visitado sitios arqueológicos y un 11% ha participado en actos y eventos relacionados con la arqueología. Estos son sólo algunos de los resultados más interesantes del informe
y teniendo en cuenta el conjunto de la encuesta, se puede afirmar que existe
en EE.UU. una buena percepción del valor de la arqueología y de los restos arqueológicos como documentos históricos (figura 5). Aunque también
convendría reflexionar si los porcentajes señalados son todo lo buenos que
deberíamos esperar o si, por el contrario, se debería trabajar para conseguir
unas valoraciones más amplias y positivas. Y también se deberá trabajar para
caracterizar mejor las diferencias de opinión según los niveles de estudio,
porque así se podrán planificar actuaciones más eficaces en las presentaciones a los distintos públicos o audiencias.
Otra encuesta reciente y muy amplia es la encargada por el INRAP al Instituto Ipsos (2010) para explorar la percepción de la arqueología en Francia
(De Sars y Cambe, 2011). Los franceses opinan mayoritariamente que la investigación arqueológica es bastante útil (62%) o muy útil (24%) lo que significa
que ocho de cada diez franceses cree que la arqueología es una actividad de
utilidad pública. Los interesados estrictamente en la arqueología son uno de
cada cinco, que ascienden a dos de cada cinco si consideramos la historia y la
arqueología de forma conjunta. Datos que resultan francamente alentadores
(figura 5). Además tienen un gran interés por las excavaciones y hallazgos
de sus regiones, visitando yacimientos y asistiendo a jornadas de “puertas
abiertas”. Un 15% ha visitado al menos un sitio arqueológico en el último año
y existe un vivo interés por la presentación de los vestigios in situ. Puede
afirmarse que la gente considera a los restos arqueológicos como “su pasado”
y que éstos ayudan a situar a cada ciudadano en un territorio y su historia. El
interés y conocimiento arqueológico es parecido en ámbitos urbanos y áreas
rurales y atraviesa a los diversos segmentos de edad y los dos sexos; en ese
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Figura 5. Las percepciones populares sobre la arqueología en las grandes encuestas
de Francia y EE.UU. (datos según De Sars y Cambe, 2011 y Ramos y Duganne, 2000).
sentido la mediación arqueológica es así un importante medio de “democratización cultural” en la Francia contemporánea.
Pero sobre todo, sería muy importante poder contar con encuestas tan
amplias como la norteamericana o la francesa en muchos países y desde luego en el nuestro. Creo firmemente que lo que piensa la ciudadanía de un
país sobre su arqueología es una base fundamental para orientar el conjunto
de actuaciones y programas arqueológicos en todos los niveles: organizativo, financiero, legislativo, investigador y divulgador. Un proyecto nacional de
investigación, coordinado por Comunidades Autónomas, sobre este aspecto
sería importantísimo en España para esbozar sensibilidades y conocer las actitudes generales y las particularidades y peculiaridades –que seguro existen–
en cada Comunidad Autónoma.
La exploración de percepción pública de la arqueología, como ya he señalado, constituye un hecho reciente que apenas sobrepasa la última década y
además los estudios son escasos y con muestreos bastante limitados. La in-
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formación más relevante, además de la estadounidense (Ramos y Duganne,
2000) y la francesa (De Sars y Cambe, 2011) ya comentadas, corresponde a
Australia y Canadá, dos tradiciones arqueológicas punteras a nivel mundial.
Me quiero centrar en tres cuestiones bien analizadas en los estudios sobre estos dos países (Balme y Wilson, 2004; Pokotylo, 2002, 2007 y Pokotylo y Guppy, 1999) y en el único trabajo pionero en España (Almansa, 2006): primero,
la relevancia o importancia que se le concede a la arqueología en el mundo
contemporáneo, segundo, las actividades y objetivos que se le atribuyen o
asocian, y en tercer lugar, las fuentes y medios de información que emplea
la gente y/o le gustaría tener a su disposición para informarse y aprender arqueología y, en consecuencia, el grado de información que las audiencias noespecializadas consideran que tienen.
Sobre la primera cuestión, la relevancia de la arqueología a nivel popular (figura 6), aún admitiendo el valor muy relativo de las encuestas por las
muestreos limitados y el sesgo que introduce la presentación de respuestas
cerradas, la valoración global es bastante buena –siguiendo la tónica que ya
hemos visto para franceses y norteamericanos– si tenemos en cuenta que los
canadienses piensan, en algo más del 89%, que la arqueología es relevante
para la vida moderna (más del 61% la juzga muy o bastante relevante), mientras que entre los australianos los valores son algo más moderados. Para el
57% es relevante con distintos matices aunque para el 30% es poco relevante
y además un 10% no sabe/no contesta. Con estos resultados parece claro que
Figura 6. Valoración del grado de relevancia de la arqueología entre canadienses y
australianos (datos a partir de Pokotylo y Guppy, 1999 y Balme y Wilson, 2004).
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se reconoce, con mayor o menor intensidad, el valor de la arqueología en las
sociedades desarrolladas contemporáneas y además la arqueología interesa
de forma especial a porcentajes muy estimables de las distintas sociedades:
un 19% de franceses – que va hasta el 43% si unimos arqueología e historia
(De Sars y Cambe, 2011), y se eleva a un 67% de australianos (Balme y Wilson,
2004); valores no muy alejados se pueden manejar para los otros países con
información disponible (Pokotylo y Guppy, 1999). La arqueología llama la
atención y despierta tanto o más interés que disciplinas como la filosofía, la
astronomía o la sociología, básicamente porque permite aprender del pasado
para abordar el futuro y porque la arqueología nos ayuda a comprender el
mundo en que vivimos. Sin duda creo que el público se interesa más por la
arqueología que los arqueólogos por los distintos públicos.
La segunda cuestión gira en torno a las actividades y objetivos de la arqueología o, dicho en otras palabras, qué es lo que hacen los arqueólogos. La percepción
que tiene la gente dibuja contornos relativamente parecidos en las distintas encuestas nacionales. Así en América los estadounidenses asocian arqueología con
excavación (22%), porcentaje que iría hasta un 50% si añadimos excavar artefactos antiguos, huesos o restos de culturas y civilizaciones antiguas; a ello hay que
añadir un 12% que la relaciona con la historia y el patrimonio (Ramos y Duganne,
2000). Otras respuestas tienen valores bajos y sólo resulta preocupante un 10%
que piensa que los arqueólogos también excavan dinosaurios, una confusión con
la paleontología que sigue presente en todas las percepciones populares. De todas formas un estudio pionero de Feder (1984) detectaba muchos más errores y
distorsiones, incluso entre estudiantes universitarios. Hoy parece que en EE.UU.
la mayoría de la población percibe bien que los arqueólogos se dedican al estudio
de las civilizaciones desaparecidas. En Australia, también la excavación constituye la primera caracterización de la arqueología (37%), y si añadimos un 26%
que declara la investigación del pasado y un 7% con un ambiguo “investigar”
llegamos a la conclusión de que tres de cada cuatro australianos identifica más o
menos correctamente las tareas de los arqueólogos (Balme y Wilson, 2004: 2021). El resto se reparte entre un preocupante y sorprendente 23% que reduce la
arqueología a la búsqueda de dinosaurios y un 3% de “románticos-fantasiosos”
(figura 7) que la vincula a una actividad aventurera bien ejemplificada en las películas de Indiana Jones (Bathurst, 2000-2001; Gresh y Weinberg, 2008), figura
que como otros arqueólogos heroicos ha sido rigurosamente analizada (Zarmati,
1995) y goza de mayor popularidad que Lara Croft (Zorpidu, 2004).
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Bastante sorprendente y curiosa, al menos desde la perspectiva española, resulta la visión desde Canadá de lo que la gente relaciona con la arqueología a nivel mundial (Pokotylo y Guppy, 1999). Para un 40% se relaciona, de
forma correcta, con investigar el pasado material y conservar el patrimonio.
Pero luego es llamativo el alto porcentaje de respuestas que se centran en
aspectos sociales y políticos de la práctica arqueológica, con casi los mismos
valores alrededor de un 15%, como la religión y la política, la repatriación de
propiedades culturales –sin duda al calor de las protestas realizadas por los
gobiernos de Grecia y Egipto en las últimas dos décadas– y la reclamación
y derechos sobre tierras de las poblaciones indígenas. No muy lejos y en
la misma órbita de preocupaciones se encuentran el vandalismo, el saqueo
y el comercio de antigüedades (13%) y las cuestiones relacionadas con el
desarrollo del suelo (10,8%). Con esta importancia de la dimensión sociopolítica de la arqueología entre los canadienses no resultan sorprendentes
las escasas referencias a otros temas como la Arqueología Bíblica, la Paleontología, el turismo y patrimonio, educación y algún otro, que aparecen muy
marginalmente.
Figura 7. ¿Qué tipo de trabajo hace un arqueólogo? Percepciones populares del
trabajo de los arqueólogos en Australia (datos según Balme y Wilson, 2004).
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En España, si al estudio muy limitado de Almansa (2006), con una muestra pequeña y no aleatoria centrada en Madrid, le concedemos un cierto valor
generalizador podríamos aventurar que se relaciona arqueología, de forma
correcta aunque imprecisa, con evolución humana (quizás en buena medida resultado del efecto sociológico del Proyecto Atapuerca) y las culturas
antiguas y de forma secundaria con los restos materiales, utensilios, herramientas y monumentos de las civilizaciones del pasado. Evolución humana,
culturas antiguas y la materialidad del pasado serían los tres pilares de las
percepciones de la muestra madrileña. Y aunque una gran mayoría reconoce
su valor social (95%), desconoce en gran medida como funcionan los métodos arqueológicos. Con todo, el estudio de Almansa (2006) creo que tiene un
buen valor orientativo –además de ser pionero en este tema– y es que la sociedad madrileña, y con toda probabilidad la española haciendo una amplísima
extrapolación, no tienen mayoritariamente una idea clara de la arqueología.
Y en las percepciones declaradas pesan bastante los estereotipos decimonónicos más que las ideas modernas.
La tercera y última cuestión es conocer cuales son las fuentes y medios de
información que emplea la gente y/o le gustaría tener a su disposición para
informarse y aprender sobre arqueología y el grado de satisfacción con que
puede acceder a ellos. Esta cuestión creo que resulta especialmente relevante
porque nos permite conocer cual es la realidad de cómo la arqueología llega
a la sociedad, cuales son los medios y canales importantes y cuales son los
deseos de la gente para poder profundizar en sus conocimientos. En este sentido, el Informe Harris (Ramos y Duganne, 2000) resulta muy esclarecedor
y probablemente también orientador de por donde irán las preferencias de
otras sociedades en poco tiempo. Así un 56% de estadounidenses encuestados declara que la televisión es su medio más relevante (se podían citar varios
elementos por lo que los valores no se calculan sobre el 100% sino sobre el
total de citas a cada uno). Las revistas (33%) y periódicos (24%) suman el
segundo valor, detrás de la televisión, mientras que los libros y enciclopedias
representan el 33%. No me interesa aquí tanto los valores concedidos a la enseñanza en sus diferentes tramos y sí destacar, por último, que los medios más
específicamente arqueológicos: conferencias, visitas a yacimientos y museos
y otros eventos de presentación arqueológica apenas llegan al 5%. El informe
detalla que a los norteamericanos les gustaría aprender arqueología a través
de la televisión (50%) y de revistas (22%) y libros (21%). Menos por los perió-
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dicos (11%) y casi nada de las actividades estrictamente arqueológicas, pero
es interesante destacar que sí les atrae participar en una excavación arqueológica (10%) y en actividades de “hands on” (White, 2005) que impliquen un
contacto directo con materiales y/o experiencias arqueológicas (7%), aspecto
que empiezan a incluir los mejores museos arqueológicos de EE.UU.
Los franceses, que de media citan dos medios distintos, declaran sus preferencias para informarse sobre arqueología por este orden (De Sars y Cambe,
2011): televisión (66%), Internet (44%), prensa generalista, periódicos y revistas (36%) y prensa especializada en arqueología (10%). Por detrás quedan los
museos (10%), los libros (7%) y las actividades arqueológicas participativas
(7%). Entre éstas, los grandes espectáculos de recreación histórico-arqueológica están creciendo mucho y con gran interés de público pero no son inocentes (Ucko, 2000). Otros medios tienen valores muy bajos. Es interesante en el
caso de Francia que la televisión es, muy destacadamente, el medio favorito, y
subrayar el alto valor, un 46% que le otorga la segunda posición, de la prensa
escrita en su conjunto, algo bastante lógico al tratarse de un país muy culto y
con altos índices de lectura. Pero sobre todo creo que es muy importante destacar la visibilidad de Internet, algo que en el Informe Harris y en los estudios
canadienses no tenía relevancia sin duda por las fechas de sus encuestas en
la década de los 90 del siglo pasado. La encuesta francesa demuestra el gran
valor concedido a Internet en la actualidad y me atrevo a pronosticar su crecimiento continuado en los próximos años. La oferta francesa sobre arqueología de páginas web institucionales y de otro tipo, blogs de toda clase y otras
fórmulas en Internet es muy grande, variada y de un nivel medio bastante
alto. Una tendencia muy a tener en cuenta de cara al futuro.
En el caso australiano (Balme y Wilson, 2004: 22), con respuestas muy
repartidas, la primera posición es la televisión y si le sumamos el cine supone un 26%, la prensa sigue a continuación con un 16%, los libros representan un apreciable 15%, mientras que los museos se quedan con un 13%
y los viajes con un 7%. Un valor aparte hay que concederle a la enseñanza,
que alcanza un 15% en todos los tramos educativos, y valores insignificantes logran otros medios. Pero hay que recordar que la encuesta australiana
se hizo entre jóvenes universitarios, y sin duda, el perfil de la percepción
corresponde a un público muy concreto y con más capacidad para buscar y
valorar ciertos medios para informarse sobre arqueología que otros grupos
sociales.
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Los resultados canadienses (Pokotylo y Guppy, 1999), una vez más con
respuestas que incluyen más de un medio, apuntan a la preeminencia de la
televisión (54,5%), que todavía podríamos ampliar si sumamos el valor del
cine, pero el primer puesto es para los museos (57,5%) que demuestran contar con un gran aprecio. A continuación siguen los viajes (36,7%), los libros
(24,3%) y las revistas (23,6%). En conjunto, aunque el perfil general encaja
con el modelo occidental que estamos viendo, la manera de informarse de los
canadienses tiene matices propios, especialmente en lo que refiere al valor
concedido a los museos.
Por último, la superficial valoración española (Almansa, 2006) aunque tomada con toda clase de reservas ofrece la siguiente silueta de cómo se aprende del pasado: televisión (31,5%), prensa (14,2%), yacimientos arqueológicos
(11,7%), museos (10,5%) y libros (4,2%). Otros medios son anecdóticos y casi
un 11% declaró que no aprendía de ninguna manera. En este caso el sesgo
parece ser que buena parte de la muestra estaba muy relacionada con la arqueología, de ahí seguramente los sorprendentes valores de la importancia
de yacimientos y museos.
La importancia capital de la televisión (Holtorf, 2007a: 52-54), el papel
destacado de los libros y prensa escrita de todo tipo y la fuerte emergencia de
Internet en las sociedades más avanzadas parecen dibujar las preferencias de
los medios que la gente utiliza para informarse de arqueología. Museos y viajes quedan en sun segundo plano y habría que recordar la importancia concedida a todas las experiencias arqueológicas que permitan la participación
activa de los distintos públicos. Otra cosa –ciertamente muy relevante para la
comunidad científica– es la opinión que tiene la gente de la facilidad con la
que se puede acceder, en general, al conocimiento arqueológico. En este punto los canadienses opinan que es bastante o muy accesible en más de un 42%
pero un 37,5% opina que sólo es algo accesible y un 20% piensa que lo es muy
poco o nada. La encuesta francesa revela también una cierta queja ya que sólo
un 21% de franceses que se declara “interesado” se considera suficientemente informado sobre las excavaciones y actividades de su entorno geográfico,
mientras que el 77% considera que la información es insuficiente. El lado
bueno de estas opiniones es que revelan la existencia de una fuerte demanda
de información arqueológica; algo muy positivo y que debería presionar a la
comunidad arqueológica para intensificar la divulgación y la participación en
la disciplina de las diferentes audiencias.
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Para descansar un poco de tanta encuesta y datos estadísticos y recordar
que la percepción popular de la arqueología es fluida y que la propia arqueología desarrolla continuamente nuevas fórmulas de divulgación voy a mostrar un caso anecdótico pero muy revelador. A mediados de los años 1990 una
revista de humor, El Jueves, incluyó en sus páginas una parodia de los cursos a
distancia de conocidas academias que incluían –y siguen incluyendo– cursos
sobre los más pintorescos temas. La parodia humorística eran dos cursos,
uno para “construir tu pirámide” y el otro un “curso práctico para tallar sílex”
(figura 8). El ingenio humorístico de los detalles de la supuesta publicidad
está fuera de toda duda, pero más de quince años después el humor surrealista ha perdido buena parte de su fuerza porque resulta que ahora si que es
posible encontrar cursos bastante parecidos en museos, cursos de verano o
actividades de parques arqueológicos. El humor surrealista de ayer se ha trocado en una realidad seria hoy; otra cosa es que a alguien le siga resultando
humorística esa realidad.
Figura 8. Visión humorística de cursos de arqueología en la revista El Jueves, hacia
mediados de los años 1990.
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A modo de conclusión provisional me atrevería a resumir la situación
de las percepciones populares de la arqueología en el momento actual de la
siguiente manera:
(1) Se reconoce ampliamente el valor y la utilidad de la arqueología, y
de forma bastante amplia se admite su relevancia en el mundo actual. Y se
detecta, cada vez más, una mayor sensibilidad hacia los restos arqueológicos
y la importancia y necesidad de su protección, conservación y disfrute por
todos los públicos.
(2) Existen más problemas en la percepción de la naturaleza de la arqueología y, aunque de forma correcta se relaciona con las excavaciones y los
restos materiales de las sociedades del pasado, se encuentran distorsiones
–confusión con la Paleontología y dimensión romántico-aventurera– y sobre
todo, bastante desconocimiento con los métodos de investigación arqueológica. Podríamos concluir diciendo que, de forma general o superficial, se
identifica relativamente bien la arqueología pero no hay una percepción clara de su verdadera naturaleza, formas de trabajo e implicaciones sociales.
(3) En cuanto a las formas de aprender arqueología, hay una escala de
medios que parece bastante uniforme en los casos de sociedades occidentales considerados: el primer puesto indiscutible es para la televisión, el
segundo, aunque no constatado plenamente, creo que puede ser Internet,
mientras que el tercer lugar corresponde a las revistas y prensa. Según los
casos el cuarto puesto se lo pueden disputar los libros y los museos. Y es
importante reconocer la escasa atracción de las formas de divulgación específicamente arqueológicas (conferencias, visitas a sitios, etc …) o quizás de
forma más exacta su escasa capacidad para llegar a mucha gente. La demanda de más arqueología televisiva y más arqueología internetizada dibujan,
sin duda alguna, una tendencia que no hará otra cosa que crecer, y plantean
serias responsabilidades de futuro a las instituciones y a toda la comunidad
arqueológica.
(4) Se necesita de forma urgente, por un lado, contar con encuestas de
muestras más amplias y representativas y, por otro lado, plantear encuestas
dirigidas específicamente a los distintos tipos de público, ya que las encuestas generalistas están bien para conocer valoraciones globales pero pueden
ocultar diferencias notables según las diferentes audiencias. Indagar sobre
cada colectivo particular deberá ser un objetivo irrenunciable para los
próximos años.
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PERSPECTIVAS DE FUTURO
POR UNA ARQUEOLOGÍA MÁS INCLUSIVA
La arqueología es una disciplina que vive desde hace décadas con la obsesión
de llegar cada vez a más gente, a audiencias más amplias. Y en esa obsesión
una explicación fundamental es, sin duda, que la arqueología trata de la gente, de la gente del pasado que de alguna manera es inevitable que atraiga,
interese o incluso fascine a la gente del presente. Los objetos y los restos arqueológicos son la materia prima de nuestro estudio pero el objetivo real es
llegar a las sociedades del pasado. No podemos simplemente “cosificar” el pasado y transmitir historias de objetos si realmente queremos llegar a muchos
públicos, para ello quizás una clave es que deberíamos hacer el pasado más
humano, transmitir un pasado sobre la gente más que sobre objetos (Balme y
Wilson, 2004: 24). Por otra parte, en las tareas de alcanzar a más audiencias
y de forma más eficaz hay que reconocer que no existen “super-arqueólogos”.
Lo que hay es un colectivo cualificado y diversificado que, si quiere actuar
con fuerza, precisa de la suma de todos los sectores de la arqueología, fundamentalmente la academia, la administración, los museos y las empresas
(Criado, 1996). En esa dirección necesitamos dos cosas: primero, recuperar
la conciencia de unidad de la disciplina –la arqueología es una por más que
existan distintas esferas de actividad– para hablar todos la misma lengua, y
segundo, fortalecer las relaciones entre los cuatro colectivos desde el respeto
y la diversidad.
Todos deberíamos compartir una tarea importante: no sólo explorar y reconocer los medios que configuran las percepciones populares del pasado
arqueológico sino también embarcarnos en lo que yo denominaría la “excavación” de esos medios en la conciencia individual y colectiva. Me refiero a
la posibilidad de “excavar”, estratigráficamente, como se han ido originando,
superponiendo e interfiriendo los distintos medios populares que constituyen la percepción pública del pasado (figura 9). Es evidente que en los imaginarios arqueológicos de la gente han intervenido los conocimientos escolares
y de otros niveles educativos, los libros infantiles, las obras de ficción literaria,
la televisión, las películas y documentales, los cómics, los video-juegos, Internet, periódicos y revistas, y muchos otros elementos populares que construyen visiones determinadas del pasado. Una investigación sociológica que
intentara documentar esos medios como niveles o sustratos en los cerebros
de la gente, para explorar su orden de superposición, sus relaciones mutuas,
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Figura 9. Excavando las percepciones del pasado en la mente del imaginario colectivo: metáfora para deconstruir la ideas previas.
y el peso relativo de su importancia proporcionaría conocimientos valiosísimos para dibujar los contornos de la percepción popular de la arqueología en
cada sociedad. Algo así como elaborar una gigantesca y colectiva matriz de
Harris que ayudara a entender los imaginarios de los distintos públicos.
Se trataría de construir una visión desde la academia de cómo se contempla la arqueología desde los no-arqueólogos, una perspectiva no disciplinar
sino popular, una “arqueología como cultura popular” tal y como ha reivindicado Holtorf (2005 y 2007a). Una mirada a “los otros” para ver cómo nos perciben. Y en esa perspectiva no-arqueológica sino popular hay multitud de caminos, de líneas que merecen la consideración y el análisis de la comunidad
arqueológica. Sólo quiero citar algunas de esas aproximaciones populares de
las que podemos aprender mucho los arqueólogos, y a través de las cuales podemos practicar una arqueología mucho más inclusiva, una arqueología que
atraiga e implique a cuantas más personas mejor, y sobre todo, que a priori
no excluya a nadie.
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En primer lugar las historietas o cómics que ofrecen varias reflexiones valiosas. Para empezar las viñetas de los cómics se expresan fundamentalmente
con imágenes –cierto que no únicamente sino junto a textos y “bocadillos”–,
y las imágenes son también fundamentales en arqueología, ya que nuestra
disciplina, como bien ha dicho Moser (1998), es una disciplina fuertemente
visual. Por lo tanto las imágenes de los cómics pueden asemejarse a las ilustraciones de reconstrucción escénica que empleamos en arqueología (Lagardere, 1990). Existe un fuerte componente visual del mundo material que une
al cómic con la arqueología (Ruiz Zapatero, 1997). Las ilustraciones de los
cómics pueden representar visualmente el pasado con mucho realismo y con
mucho atractivo. Y mi pregunta es si los cómics, que con asesoramiento de arqueólogos cada vez son más frecuentes, y las reconstrucciones artísticas que
dibujan o encargan los arqueólogos se diferencian realmente en algo. Incluso,
en ocasiones, un mismo dibujante es el autor de un cómic y de ilustraciones
en libros de arqueología académica (Gallay, 2006; Ruiz Zapatero, 2010a), todavía más, unas viñetas de cómic pueden ser tan científicas como un manual
e incluso mejorar visualmente una explicación; por ejemplo la técnica de talla
Levallois, de obtención de lascas de forma predeterminada por percusión directa, suele estar mal explicada gráficamente en casi todos los textos especializados o, al menos, no resulta muy clara para ser visualmente comprendida
por los estudiantes; pero la página de Neanderthal de E. Roudier (2007) ofrece la mejor explicación gráfica que conozco de la talla Levallois ¡y es un cómic!
(figura 10). Estoy convencido de que hay muchas posibilidades de construir
divulgación arqueológica de altura en este medio.
Los libros de divulgación arqueológica, que como hemos visto siguen
manteniendo una posición respetable entre los medios de información de la
gente, constituyen un género muy importante. Pero aunque en otras tradiciones los arqueólogos se implican bastante, en España la situación es mucho
más penosa. Muy pocos libros de arqueología tienen vocación de alta divulgación, bastantes de los que se publican no están escritos por especialistas
y, salvo muy contados casos –los éxitos del equipo de Atapuerca–, apenas
cuentan con tiradas grandes y logran poca proyección social en librerías, suplementos de libros de periódicos y casi nula atención en otros medios de
comunicación. Mucha de nuestra producción no logra proyección popular,
probablemente porque en la mayoría de los casos eso ni se plantea como objetivo. Con seguridad nos asustaríamos si conociéramos las ventas de mu-
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Figura 10. Viñetas de E. Roudier en Neanderthal. Le cristal de chasse, t. I (Éditions
Delcourt, 2007) que muestran la técnica de talla Levallois.
chos libros que apenas son leídos. Y sobre todo, quizá el problema es que
resultan ilegibles y poco atractivos para muchos públicos. De los escritos por
no-profesionales o profesionales poco cualificados habría que decir, con la
feliz expresión de Javier Marías, que hay mucha “mercancía averiada” que,
desgraciadamente no permite ninguna denuncia, sólo lamentaciones cuando
uno los tiene en la mano en las librerías. Claro que siempre he reconocido que
si el mercado español pone en circulación “subproductos” de arqueología es
porque la academia no se implica en la tarea y el hueco se cubre con malos
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libros. De la conjunción de las dos situaciones se deriva el gris panorama de
los libros de divulgación arqueológica. Las mejores pruebas de lo que digo
se pueden obtener en la visita a las tiendas de los museos arqueológicos: lo
más salvable son casi todo traducciones y en la reflexión de que si alguien extranjero nos pidiera un buen libro de síntesis de toda la arqueología española
deberíamos confesar que todavía no se ha escrito. ¿Valdría la pena que nos
fijáramos en los libros que tienen éxito en otros países? Creo que sí. Y por otro
lado, se debe recordar siempre que ser muy buen investigador no asegura ser
muy buen divulgador. Además hacen falta las instituciones. El día que una
institución arqueológica española se ocupe del público infantil al modo en
que lo ha hecho el INRAP francés con el librito –afortunadamente traducido
al castellano–, La Arqueología a tu alcance (De Filippo y Garrigue, 2009) habremos entrado en otra dimensión. Por ahora el público infantil en nuestro
país tiene en este terreno todavía algunas limitaciones (Ruiz Zapatero, 2010b:
168-175).
El combate por la popularización arqueológica rigurosa y atractiva contra
el esoterismo, la New Age y fantasías ucrónicas merece la pena y es necesario:
la responsabilidad de la academia se extiende más allá de sus muros. Y existe,
por otro lado, lo que Holtorf (2005) denomina arqueo-appeal que podemos
aprovechar a nuestro favor (figura 11).
Figura 11. El “arqueo-appeal” o la magia de la arqueología en las aproximaciones
populares con los temas e ideas que configuran el atractivo (siguiendo la descripción
de Holtorf, 2005).
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Los yacimientos y monumentos suponen la manera más directa de entrar en contacto con el pasado. Hasta hace poco tiempo no existían estudios
sobre las mejores maneras de interpretar y presentar al público los sitios arqueológicos (Jameson, 1997; Silberman et al., 2004), la atención se ponía en
los restos, pero poco o nada en los públicos. Y no pocos problemas existen
para intentar una apocatástasis de las ruinas, para mostrar/explicar los sitios arqueológicos en su estado original o primitivo. Pero lo que me interesa
destacar aquí es que en los últimos años ha surgido una nueva línea de investigación que con el nombre de etnografía arqueológica (Edgeworth, 2003
y 2006) pretende estudiar con metodología etnográfica todas las formas de
actuación y comportamiento de los arqueólogos incluyendo, evidentemente,
las actuaciones en los yacimientos y con la gente que los visita. La etnografía
arqueológica no disocia pasado/antiguo de presente/moderno y plantea que
repensemos el pasado como un componente básico del presente (Hamilakis
y Anagnostopoulos, 2009). Y para hacerlo debemos intentar situar nuestra
práctica y nuestra interacción con las distintas audiencias bajo un estudio de
tipo etnográfico, un análisis de lo que hacemos y cómo lo hacemos. En otras
palabras, convertir en objeto de estudio todas las facetas de las actuaciones
arqueológicas.
Por primera vez estamos así estudiando las relaciones entre los sitios arqueológicos, los arqueólogos y las poblaciones locales y visitantes, como en
el interesantísimo caso de Grecia (Stroulia y Sutton, 2010). Este reciente conjunto de ensayos parte de una constatación: el pasado arqueológico griego
ha estado, en buena medida, separado, disociado, del presente social. Por un
lado, la investigación y presentación de sitios arqueológicos ha supuesto, de
alguna manera, la destrucción de las relaciones de las comunidades locales
con los sitios arqueológicos, y por otro lado, parece que algunos arqueólogos
demuestran más interés por el pasado nacional griego que por el presente
local. A todo ello hay que sumar una realidad: los sitios arqueológicos no se
explican por sí mismos, deben ser interpretados. Tampoco hay que olvidar
la internacionalización de la arqueología griega y sobre todo, un pasado de
arqueología colonial demasiado cercano todavía.
Y si los sitios y monumentos arqueológicos han sido disociados de la gente
es necesaria una recontextualización que permita conectar arqueología, sitios y poblaciones locales. En esa tarea –y pueden ser ideas interesantes muy
extrapolables a otros casos– se aconseja: (1) trabajar por una accesibilidad in-
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tegral, no meramente física (por ejemplo lograr traducciones de toda la investigación realizada a la lengua autóctona o crear programas de atracción local
mediante grupos de reconstrucción histórica y talleres participativos); (2) estudiar detalladamente y desde planteamientos holísticos las relaciones entre
las comunidades actuales, los sitios arqueológicos y los paisajes; (3) desarrollar unas prácticas arqueológicas y etnográficas colaborativas que impliquen
directamente a la población local, y (4) lograr una implicación directa de los
arqueólogos en mejoras de la vida local, de la vida cotidiana de la gente de la
zona. Y recordar siempre que las tareas para conseguir una accesibilidad integral, además de física para todos (Pezzo, 2010), y unas prácticas arqueológicas
y etnográficas colaborativas serán tanto más eficaces cuanto más se logre una
implicación individualizada, física y multisensorial con la gente de las comunidades locales. El objetivo final de las propuestas griegas sería: lograr que
las poblaciones locales aprecien la arqueología y se sientan orgullosas de su
pasado y conseguir que los arqueólogos aprecien a las comunidades locales
por sí mismas, independientemente del pasado arqueológico que estudian.
Realizar estudios etnográficos de las visitas a los sitios y monumentos arqueológicos es una experiencia muy enriquecedora y valiosa para conocer las
percepciones de la gente sobre esas experiencias. Un pequeño estudio piloto
que he realizado en el caso de Numancia (Soria) me permite evaluar sus posibilidades. En el año 2005 realicé varias visitas guiadas al yacimiento incluyéndome como un visitante más en los grupos, provisto de una pequeña grabadora,
y atento a recoger todos los comentarios y comportamientos de los visitantes.
Comprobé que, frente a las encuestas escritas o con formulario cerrado realizadas verbalmente al final de las visitas que enmascaran o distorsionan las verdaderas opiniones para mostrarse “culto” y ser “políticamente correcto”, la observación anónima de lo que dicen y hacen los visitantes permite capturar más
genuinamente lo que realmente piensa la gente. Las conclusiones son muy interesantes porque recogen el verdadero sentir de los distintos públicos e incluso el
lenguaje y los mecanismos de comprensión que emplean. Los propios arqueólogos tenemos en estas etnografías de las visitas guiadas a sitios y monumentos un
filón de investigación por realizar y mucho que aprender para construir mejores
mensajes y discursos en la presentación de los restos arqueológicos.
Para proteger el patrimonio la arqueología puede aprender mucho de la
ecología. Y la ecología y la protección de la naturaleza llevan ventaja sobre el
pasado en muchos sentidos y desde luego en el de sensibilización de la gente.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Hace poco tiempo en el Zoo de Central Park de Nueva York descubrí algunas
alertas en los carteles que podrían servir como buenos lemas en arqueología:
“trata cada oso como si fuera el último oso” se convertiría en “trata cada yacimiento como si fuera el último yacimiento” o “¡las monedas matan!” (para
proteger a los patos) podría devenir en “los detectores ilegales matan” (los
sitios arqueológicos). No hay en todo ello ninguna exageración.
A MODO DE EPÍLOGO
A comienzos del siglo xxi la arqueología está presente en la sociedad más que
nunca, en su historia, y lo está de dos formas muy claras: 1) a través de medios
que son propios de los arqueólogos, actuaciones y productos que generamos
nosotros mismos, y 2) mediante una variedad de formas que son ajenas a la
arqueología profesional. Las segundas son mucho más amplias y diversas y,
aunque deforman, mutilan y distorsionan el pasado, tienen una capacidad de
comunicación con los públicos muy superior. Es importante identificar y conocer las “otras arqueologías”, las arqueologías no-académicas, las no producidas por los arqueólogos aunque sólo sea porque resultan – sin proponérselo
–muy efectivas e influyentes a la hora de construir los imaginarios populares.
Los medios no-profesionales, las arqueologías populares, ciertamente no
son competencia directa de los arqueólogos pero creo que es un gran error
desentendernos de ellas (Holtorf, 2007a). Pienso que nuestro trabajo debe
incluir también esas arqueologías populares despreciadas porque mediante
la observación, el estudio, la crítica, la ayuda y la colaboración si es preciso, podemos contribuir a crear canales populares más rigurosos, más fiables,
más respetuosos con el pasado. Y todo ello porque aceptando la libertad de
quienes las construyen desde posiciones no-arqueológicas costaría muy poco
evitar errores, sesgos y malentendidos. Al final mi filosofía es: ¿por qué hacer algo mal cuando no cuesta más hacerlo bien? Hay muchos campos para
intervenir en estos medios: para empezar usar los mitos falsos pero bien conocidos para desmontarlos y sustituirlos por conocimiento crítico (figura 12).
Podemos empezar a hacerlo (Almansa, 2011).
Pero es que en nuestros medios, todos los relacionados con la arqueología
profesional, también tenemos tareas urgentes: podemos y debemos mejorar
la calidad y lograr mayores audiencias en las exposiciones, los museos, los
yacimientos arqueológicos, las publicaciones de divulgación, los cursos, conferencias y las páginas web. Una arqueología que sitúe en primer plano a las
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Figura 12. Cartel de la Exposición “Prehistoria mítica. Ideas falsas y clichés verdaderos” del Museo de Solutré (marzo de 2010 - enero de 2011).
http://www.ocim.fr/spip.php?article2741.
comunidades locales y tienda a ser más inclusiva es posible. Para ello hacen
falta medios pero, sobre todo, hacen falta más imaginación y más ganas de
implicarse con la gente. Al fin y al cabo si alguien puede ver el pasado es gracias a los arqueólogos que tenemos la obligación de la alfabetización arqueológica de la sociedad (Franklin et al., 2008).
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Por otra parte, es preciso realizar una mejor radiografía de cómo las distintas audiencias perciben la arqueología y el pasado. Nuestra visión es muy
pobre, conocemos mal las ideas, creencias, perspectivas y valores que la gente tiene sobre la arqueología. Necesitamos encuestas a muy distintos niveles sobre las percepciones del pasado arqueológico pero también podemos
acercarnos a ellas a través de foros, páginas web, blogs y otras fórmulas que
ya están en Internet, una suerte de “arqueología electrónica”, porque ahí se
expresan libremente ideas, creencias, perspectivas y valores populares acerca
de nuestra disciplina. Incluso tenemos la posibilidad de inaugurar un campo
de investigación nuevo: una arqueología de la percepción popular del pasado.
Una dimensión de la historia de la arqueología que está por desarrollar.
La arqueología es el estudio de la gente del pasado a través de los restos
materiales para generar conocimiento histórico que sirva a la gente del presente. Para ello precisamos conocer mejor a nuestros públicos y sus percepciones. Es lo que he intentado defender en este ensayo porque pienso que este
tema es central para el desarrollo de la disciplina.
AGRADECIMIENTOS
Quiero expresar mi agradecimiento al Museo de Prehistoria de Valencia y, muy especialmente, a los organizadores de la Reunión que ha dado lugar a este libro porque
me resultó muy grata y estimulante. De todas las intervenciones y de las preguntas y
observaciones realizadas por los asistentes este texto es claramente deudor. Por último agradezco, muy profundamente, a los editores la infinita paciencia para ultimar
la redacción de este trabajo en unas circunstancias personales que han resultado un
tanto difíciles.
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2
PRESENCIA SOCIAL DE LA ARQUEOLOGÍA
Y PERCEPCIÓN PÚBLICA DEL PASADO
Gonzalo Ruiz Zapatero
A la memoria de mi hermana María del Carmen (Lula)
por toda la luz, bondad y ejemplo que nos dio siempre.
En un episodio de 1997 de la famosa serie Los Simpson el director Skinner
anuncia por megafonía que todos los buenos estudiantes serán premiados
con una visita a una excavación arqueológica. Se oyen voces de entusiasmo.
Pero también, continúa la alocución, todos los malos estudiantes serán castigados con una visita a una excavación arqueológica. Se oyen gritos de desaprobación. Si la arqueología ha llegado a Los Simpson es, sin duda, porque
se trata de un tema de amplio reconocimiento social. De alguna manera los
Simpson hacen existir realmente a la arqueología en el mundo actual. Algo
parecido difícilmente hubiera podido suceder en series de dibujos animados
de veinte o treinta años atrás. En gran medida, la presencia de la arqueología
en los medios de comunicación de masas es lo que otorga relevancia social al
estudio material del pasado. El fenómeno Stonehenge en el Reino Unido y el
fenómeno Atapuerca en España constituyen dos buenos ejemplos de cómo,
en la actualidad, grandes proyectos y equipos están convencidos de que la
comunicación efectiva con el público tiene que hacerse a través de una amplia
batería de medios (exposiciones, prensa, videos, libros, TV, etc.), argumentando que son esenciales para divulgar los resultados de la arqueología.
La arqueología ha construido en las últimas décadas puentes cada vez más
sólidos con las sociedades en las que actúa (Copeland, 2004; Darwill, 2006;
Eriksson, 2011 y Sabloff, 2009) y, especialmente, con el tema de la comunicación a audiencias lo más amplias posibles (Laneri, 2002; Lerner, 2010; Holtorf,
2007b y Pokotylo, 2007). Probablemente, en buena medida, por la conciencia
de que trabaja mayoritariamente con financiación pública y en la actualidad,
con la crisis económica iniciada en 2008 (Schlanger y Aitchison, 2010), parece
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
sentirse una presión añadida para justificar lo que hace de cara a la sociedad
y destacar cuales son los beneficios que aporta (Little, 2002). Dentro de la
creciente concienciación de la importancia de la divulgación arqueológica se
está abriendo camino una idea nueva entre los arqueólogos: la necesidad de
conocer bien a los distintos públicos (McManamon, 1991; Prior, 1996). Y en
ese sentido, quizás somos nosotros los que desconocemos al público más que
el público a la arqueología (Hargreaves y Ferguson, 2000). No basta conocer
la disciplina y los mecanismos y formatos de divulgación y, más que quejarnos de que “la gente” no conoce la arqueología, deberíamos preocuparnos
por conocer las ideas, expectativas, preferencias y deseos de las diferentes
audiencias. No para satisfacer servilmente sus opiniones (Kristiansen, 2008)
sino para construir potentes mensajes arqueológicos que utilicen y se apoyen
en aquellas (McManamon, 2000). Y también debemos conocer los medios de
comunicación moderna porque los medios conocen bien el potencial de la
arqueología para la narración escrita y visual y son, en gran medida, los que
presentan y definen la arqueología para los diferentes públicos. De manera
que, como arqueólogos, haríamos bien en estar informados sobre la percepción pública de nuestra propia disciplina; y aún más deberíamos trabajar más
activamente para lograr una imagen más efectiva ante la sociedad (Bathurst,
2000-2001).
Por otra parte, el pasado arqueológico está en la vida cotidiana más presente
de lo que habitualmente pensamos y un ciudadano se puede encontrar con el
pasado a lo largo de un solo día de múltiples formas: en la arquitectura neoclásica de una entidad bancaria, en una cerveza de marca Celta, en una exposición
sobre Tesoros Sumergidos de Egipto, en las revistas del kiosco que dan cuenta
del último hallazgo fósil, en el anuncio de un periódico del Museo de la Evolución Humana de Burgos o en el de una entidad bancaria que nos anima a
evolucionar con un gráfico tradicional de la evolución humana, en una novela
prehistórica como la última de J. Auel, La tierra de las cuevas pintadas (2011), en
un videojuego que nos desafía a conquistar tierras para el Imperio Romano, en
un documental de arqueología sobre Ötzi, el Hombre del Hielo, en un restaurante que ofrece “cenas medievales” o, en fin, en un anuncio televisivo del Metro
de Madrid habitado por “cavernícolas” que buscan la estación Prehistoria (Ruiz
Zapatero, 2009a). Son pequeños trozos del pasado, muy anecdóticos ciertamente, pero que conforman el imaginario popular sobre el pasado de una forma importante y potente. Y sin duda con más impacto que la arqueología académica.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Pero el pasado es, ciertamente, un país extraño (Lowenthal, 1999), no visitable e inaprensible. La arqueología como conocimiento real del pasado es
imposible. Nada de lo que hemos hecho generaciones de arqueólogos en todo
el mundo y lo que hagan las próximas generaciones cambiará este hecho. No
podemos viajar al pasado y no podemos creer que vivimos el pasado como
lo vivieron las gentes del pasado (Hoffer, 2008: 179). Pero hacer arqueología, estudiar el pasado no es imposible. No podemos reconstruirlo pero sí
representarlo. Para ello tenemos que completar el puente desde el presente al
pasado. Como señala Hoffer, refiriéndose a la historia, esa es la clave. En una
de las últimas escenas de Indiana Jones y la Última Cruzada, Indi debe cruzar
un abismo para llegar a la cueva donde se guarda el Santo Grial. Para ello
tiene que tener fe, y esa fe exige que de un paso sobre el abismo (“el que tiene
fe cruzara”); lo hace y encuentra suelo firme, un puente invisible al otro lado
(figura 1). Lo que necesitamos para estudiar el pasado es fe en el puente construido con nuestros métodos y teorías. Evidentemente una fe que nada tiene
que ver con lo religioso sino con nuestra confianza en la manera de hacer
arqueología. Pero hacer arqueología nos enfrenta con la paradoja de una búsqueda de certezas en un mundo –el del pasado– incierto. Es una paradoja que
podemos superar con confianza en nuestras habilidades y el reconocimiento
de nuestras limitaciones (Hoffer, 2008: 181). Sólo entonces el puente entre el
presente y el pasado estará sujetado y pavimentado con seguridad, seguridad
en que podemos conocer parte del pasado, contrastar distintas visiones del
mismo, y total confianza en que dicha tarea merece la pena.
Figura 1. “Sólo el que tiene fe pasará”. Fotograma y cartel de la película Indiana Jones
y la última cruzada (S. Spielberg, 1989).
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Ese puente arqueológico al pasado es el que tenemos la obligación de
presentar y animar a que lo crucen el mayor número de audiencias posible.
¿Hacemos realmente eso? ¿Es un puente con buenas señalizaciones de las direcciones a las que lleva? ¿Ayudamos a la gente a cruzar el puente? ¿Cómo ve
el puente la gente? A estas y otras cuestiones relacionadas trataré de ofrecer
respuesta en el presente trabajo. Para ello, en primer lugar, analizaré por un
lado, las relaciones entre arqueología y sociedad en las últimas décadas y, por
otro lado, los tipos de público. En segundo lugar, realizaré un breve repaso de
los principales medios a través de los cuales la arqueología se hace presente
en la sociedad contemporánea –exposiciones, museos y yacimientos arqueológicos, libros y revistas, publicidad, medios de comunicación, conferencias y
cursos, libros infantiles, novelas “arqueológicas” y cómics, películas, Internet
y videojuegos–, señalando solamente algunos datos significativos para comprender dicha presencia y su impacto. En tercer lugar, me ocuparé de examinar los pocos estudios realizados sobre la percepción que las audiencias
tienen de la arqueología actual y de destacar la gran importancia que tienen
estos estudios para dibujar los contornos de la percepción pública de la arqueología. Este será el punto al que dedicaré más atención, puesto que estoy
firmemente convencido de que conocer las percepciones de los distintos públicos es fundamental para la divulgación de la arqueología, lo que equivale
a decir fundamental para su futuro como disciplina académica. Y por último,
esbozaré algunas perspectivas de futuro en relación con la divulgación social
de la arqueología y con la percepción popular del pasado arqueológico. Apuntando algunas líneas y direcciones en las que, en mi opinión, debería moverse
la arqueología en los próximos años, sin que en ello exista la más mínima
intención, por mi parte, de prescribir nada.
ARQUEOLOGÍA Y SOCIEDAD. LOS PÚBLICOS DE LA ARQUEOLOGÍA
Los arqueólogos somos, de alguna manera, mediadores entre la gente del
pasado que estudiamos y la gente del presente y del futuro a la que destinamos los conocimientos históricos que producimos. De esa mediación se
deduce que deberíamos tener mucho interés, no solamente por la gente del
pasado sino también por la del presente. La realidad de los últimos 150 años
no ha sido así, hemos ignorado, en gran medida, a la sociedad porque nos
hemos empeñado mucho en dirigirnos a nuestros propios colegas casi en
exclusividad.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
El conocimiento de las audiencias, de los públicos, exige, en primer lugar,
admitir el error común de creer que existe lo que hemos llamado el “público
general”. No hay un público general sino que siempre tratamos con distintos públicos, que a su vez tienen diferentes capacidades, distintos intereses
y una gran diversidad de posibilidades de acceder al pasado. Una manera de
contemplar esa diversidad es el modelo que he propuesto de la imagen metafórica de una pirámide egipcia (figura 2), en la que se distribuyen diferentes
categorías de audiencias con diferentes capacidades de valoración del Patrimonio Histórico y Arqueológico (Ruiz Zapatero, 2005a). Aunque no pretendo,
en absoluto, reducir todos los posibles públicos a esas categorías es una forma
de aproximación plural y caleidoscópica a la realidad de la diversidad de públicos potenciales. El problema básico es que muchos arqueólogos creen que
se dirigen a otros colegas en lugar de a una plasticidad de audiencias, todas
ellas no-especialistas, y aunque ciertamente los especialistas son una parte
de los públicos de la arqueología son, sin duda, el público cuantitativamente
más reducido y, por otro lado, el menos necesitado de atracción a la vez que
Figura 2. Pirámide de públicos de la arquelogía (modificado de Ruiz Zapatero, 2005a).
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
el mejor informado. Por debajo de la cúspide de la pirámide los segmentos de
público van siendo más numerosos y también progresivamente a medida que
descendemos más difíciles de atraer y cuentan con menos conocimientos previos. Los estudiantes universitarios de historia y arqueología, los arqueólogos
aficionados y los coleccionistas (un sector muy respetable pero que puede ser
problemático) constituyen cuerpos de la parte alta de la pirámide arqueológica de públicos. Los titulados superiores y el profesorado y alumnado no-universitario son colectivos importantes, el último especialmente caracterizado
como una audiencia muy específica. En muchas ocasiones, sencillamente es
un público cautivo. La categoría de turistas debería incluir distintos tipos pero
genéricamente constituye, dividido en nacionales e internacionales, un target
muy conspicuo. En algunos países anglosajones los visitantes de ciertos sitios
como conjuntos megalíticos en Europa o kivas de los indios Pueblo del SO de
EE.UU. incluyen un porcentaje nada desdeñable de personas que acuden por
sus creencias en la New Age y otros movimientos espirituales esotéricos y los
arqueólogos empiezan a respetarlos y crear programas especiales dirigidos a
ellos. La base de la pirámide son los “grandes ignorados”, las poblaciones locales en las cercanías y entornos de monumentos y yacimientos arqueológicos,
que tradicionalmente nunca o apenas han sido tenidos en cuenta. Sin duda,
si consideramos la multitud de sitios arqueológicos dispersos, constituyen el
público mayoritario y de su consideración ha surgido desde hace algo más de
una década la llamada arqueología de comunidad (Marshall, 2002) que está teniendo un continuado y significativo crecimiento (Moshenska y Dhanjal, 2011;
Simpson y Williams, 2008), sobre todo en el Reino Unido y EE.UU. (Simpson,
2010). Básicamente la arqueología de comunidad intenta implicar, de forma
directa y con múltiples iniciativas, a las comunidades locales en la protección,
investigación y promoción de su patrimonio local (Malloy y Jeppson, 2009).
De alguna manera es una arqueología desde abajo (Faulkner, 2000).
Todavía en el subsuelo de la pirámide se sitúan unos públicos –en muchos
países más bien son no-públicos– que se encuentran virtualmente separados o
excluidos de la arqueología: por un lado, aquellos colectivos que nunca o casi
nunca han conocido la arqueología por diversas razones (por ejemplo invidentes y discapacitados infantiles), y por otro lado, colectivos marginados como
enfermos terminales o población reclusa. Pero ciertamente son también públicos y se han iniciado con ellos, en algunos países, programas y experiencias
muy valiosos.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
El reconocimiento de la pluralidad de públicos es absolutamente esencial para
una divulgación eficaz. Aunque es cierto que en ciencia es muy reciente la exploración de las “comprensiones científicas de los públicos” por parte de los científicos, contamos ya con algunas aportaciones verdaderamente deslumbrantes
(Nieto-Galan, 2011). Eso exige superar la fórmula dominante de la “comunicación
de una única dirección” y se tiende a buscar fórmulas más complejas que supongan la implicación de las audiencias a través de la diversidad, la flexibilidad y la
activación de distintos niveles divulgativos (Davies, 2008). En definitiva, como
bien dice Nieto-Galan (2011: 315), la divulgación científica no debe ser considerada
“como una actividad periférica o marginal respecto al conocimiento científico, no
como algo inferior, sino como una función más, plenamente integrada en todos
los niveles en la práctica científica cotidiana, ubicada en primera línea de la batalla
por la hegemonía, la autoridad y el poder”.
Considerar la diversidad de públicos, estudiar sus ideas, creencias y conocimientos, es considerar mejor la arqueología, es pensar en los destinatarios del conocimiento que producimos, es comprobar que las líneas que separan a expertos
de profanos son difusas y, en definitiva, es repensar el sentido de lo que supone
estudiar el pasado. Las distintas audiencias nos deben enriquecer con sus percepciones e inquietudes porque nos ayudan a conformar los cauces para hacer una
arqueología que interese, llegue y sea útil a todos los ciudadanos. Y sobre todo,
para divulgar el pasado debemos tener muy presente que todos los arqueólogos
podemos aprender mucho de todos nuestros públicos. Además, con esta nueva
actitud, podemos dignificar a todos los públicos de la arqueología sin distinciones
(Nieto-Galan, 2011: 317).
LA PRESENCIA DE LA ARQUEOLOGÍA EN LA
SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
La arqueología, en versiones académicas, divulgativas, esotéricas y fantasiosas
llega a través de múltiples canales a muchas audiencias en las sociedades contemporáneas occidentales. Son auténticos fogonazos audiovisuales, visuales,
sonoros y textuales, de muy diferente valor, pero que alcanzan a mucha gente.
Aquí sólo pretendo comentar muy por encima algunos de los medios por los que
la arqueología configura el imaginario popular y colectivo en el mundo actual.
Las exposiciones, sobre todo las de gran efecto y publicidad, en museos,
centros e instituciones culturales tienen un gran impacto. Exposiciones muy
académicas y de temas relativamente especializados logran cifras de algunos
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
cientos de miles de visitantes pero las de “temas-gancho” como las de Egiptología no sólo logran visitas astronómicas sino que llegan a cobrar por ver simples reproducciones y escuchar a “arqueólogos mediáticos”, como el caso reciente “Tutankhamon: la tumba y sus tesoros” (Comunidad de Madrid, 2010)
y la multitudinaria conferencia de Zahi Hawass en el Palacio de Exposiciones
de la capital de España. Se paga por ver una tumba de cartón piedra y unos
“tesoros” que simplemente son unas buenas reproducciones y por escuchar la
conferencia, es una especie de arqueología espectáculo. Resulta de buen tono
decir que se ha ido a exposiciones aunque no se vean auténticas piezas arqueológicas. Son exposiciones con una clara finalidad mercantil, más que cultural.
Como alguna exposición anterior, también en Madrid, sobre los guerreros de
Xi´an (Fundación Canal de Isabel II, 2004) que presentaba diez de las célebres
esculturas chinas completamente divorciadas de su contexto arqueológico y
cultural. Con buenas operaciones de marketing se pueden conseguir importantes éxitos de público. En nuestro país los museos arqueológicos más prestigiosos ofrecen buenas exposiciones, tanto traídas de fuera como producciones propias, pero a veces la impresión es que están excesivamente dirigidas a
públicos cultos y no se intenta –al menos no suficientemente– utilizar medios
atractivos para los públicos menos proclives a visitar exposiciones. Me refiero
a la posibilidad de recurrir a ideas heterodoxas, con larga tradición en otros
países europeos, como figuras bien conocidas popularmente del cine o de los
cómics. Y así Astérix y Obelix han sido la excusa para exposiciones sobre los
galos o los celtas en museos belgas, franceses, holandeses, suizos, etc… con
gran éxito, como también lo han sido los héroes prehistóricos de papel Rahan,
Tounga y Toumac en Francia (http://www.skene.be/RW/EXPO/ImagesPrehistoire). ¿Para cuándo la primera semejante en un museo español?
Aquí ha habido una larga espera para que Indiana Jones sirva de gancho a
una exposición, la del Museu d´Arqueologia de Catalunya en Barcelona (Orovio, 2011), celebrando los treinta años del estreno de la película En busca del
arca perdida de Spielberg que inauguró la famosa saga. El referente moderno
lúdico puede servir, con un poco de inteligencia y habilidad, para interesar a
la gente en el pasado histórico. El rigor y seriedad en temas arqueológicos no
debe estar reñido con la amenidad para presentarlos.
Los museos, yacimientos arqueológicos visitables o presentados al público
con centros de interpretación (Hernández, 2010; Timoney, 2009) constituyen
una de las formas más directas, eficaces e impactantes de divulgar el pasado
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
(Merriman, 1999; Masriera, 2007; Mansilla, 2004; Moser, 1998; Santacana y
Hernández, 2006; Wood y Cotton, 1999). Los problemas que arrastran muchos de los museos arqueológicos –presentaciones de objetos descontextualizados, mero atractivo visual con pocos mensajes claros y pobre museografía
(Lull, 2007: 364-66 y Ruiz Zapatero, 2009b: 27 ss.)–, hacen que las cifras de
visitantes en nuestro país no sean muy elevadas (figura 3) y, además, habría
que recordar que buena parte de su número de visitante es público cautivo
(por ejemplo los escolares llevados obligatoriamente). Con todo disponemos
de pocos estudios de visitantes de museos arqueológicos (Alcalde, 1995; García Blanco et al., 1999; Pérez Santos, 2000) y desde luego no contamos con
una radiografía detallada de sus visitantes. Por otro lado, no tenemos muchos
yacimientos bien presentados al público, aunque cuando la oferta es buena
consiguen atraer a decenas de miles de visitantes al año: Atapuerca, Numancia, Emérita y Tarraco, las cuevas con arte paleolítico de la región cantábrica y
muchos otros sitios arqueológicos (http://www.arqueoturismo.net/). Y ver y
“tocar” los restos arqueológicos in situ siempre constituye un estímulo atractivo para todos los públicos (Ruiz Zapatero, 1998). Las visitas guiadas cada
vez tienen más demanda así como cualquier actividad participativa. Un caso
Figura 3. El miedo a los museos arqueológicos (Viñeta de El Roto, modificada).
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
especial es la de las visitas a excavaciones en desarrollo, desde la bienvenida
rotunda de hace años (Binks et al., 1988) no ha habido mucho interés en
publicar experiencias y estrategias (Moshenska, 2009b) y en nuestro caso no
conozco ningún estudio ambicioso en esta dirección. Por otra parte, hay un
peligro continuo: debemos combatir la pura mercantilización de los sitios
arqueológicos (Rowan y Baram, 2004) y el mero consumismo patrimonial
(Ruiz Zapatero, 2009a).
Los libros de divulgación arqueológica ofrecen un panorama bastante
triste: pocos buenos realizados por profesionales y algunos más –no muchos
ciertamente– muy mediocres escritos por aficionados de muy distinta naturaleza. La visita a cualquier librería no deja lugar a dudas y la ausencia de best
sellers (salvo el caso del fenómeno Atapuerca) confirma la atonía de este tipo
de publicaciones. No existe ni una serie que merezca tal nombre dedicada a
la arqueología, ya que las pocas existentes (Ariel, Akal, Crítica y Síntesis) son
más bien universitarias.
Las revistas de divulgación histórica, presentes en muchos quioscos y puntos de prensa, incluyen eventualmente artículos de arqueología. A las pioneras Historia 16 e Historia y Vida han ido siguiendo otras como La Aventura de
la Historia, Clio, National Geographic Historia, Historia de Iberia Vieja, Muy
Historia, Memoria, BBC Historia y otras de ámbito autonómico como las catalanas Sàpiens y L´Avenç, la andaluza Andalucía en la Historia y la madrileña
Madrid Histórico. En conjunto estas revistas han realizado una verdadera “revolución silenciosa” (Casals y Casals, 2004) sobre todo si tenemos en cuenta
que, en conjunto, tiran más de 350.000 ejemplares y que pueden llegar a tener
más de un millón de lectores potenciales cada mes (Ruiz Zapatero, 2009b:
20). Presentan, en principio, un potencial alto para difundir cuestiones arqueológicas, aunque los trabajos de arqueología no son muy numerosos. A
esas revistas habría que sumar las pocas revistas estrictamente de arqueología
como Revista de Arqueología, bastante venida a menos, y que cuenta con un
estudio pionero (Mansilla, 2001) que amplia una experiencia americana (Gero
y Root, 1996), y Arqueo. Sólo muy recientemente estamos empezando a analizar sus contenidos y difusión real así como el valor de las revistas esotéricas
que publican pseudoarqueología (Domínguez-Solera, 2009). En estas revistas, con tiradas nada desdeñables, la fringe archaeology repite continuamente
una temática limitada: la Atlántida, extraterrestres, Egiptología, Arqueoastronomía, antiguas religiones, grafismos misteriosos y arte (Fagan, 2006).
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La arqueología en libros infantiles y juveniles constituye un fenómeno
reciente en nuestro país, comparado con otros (Galanidou y Dommasnes,
2007). Al lado de una mayoría de traducciones de originales franceses y británicos se van publicando algunos títulos propios que configuran un apreciable
elenco de obras en editoriales comerciales (un balance reciente en Ruiz Zapatero, 2010b: 168-175). Por otra parte las propias instituciones arqueológicas
y los profesionales van ocupándose del tema; así el INRAP francés acaba de
editar La Arqueología a tu alcance (De Filippo y Garrigues, 2009) una excelente obra para niños que explica bien y desde una perspectiva profesional
la arqueología. Por su parte J. Clottes (2008), el gran especialista francés en
arte paleolítico, ha escrito un delicioso texto para explicar la Prehistoria a los
jóvenes aprovechando la experiencia con sus nietos, y en España J. L. Arsuaga
(2008) con Mi primer libro de Prehistoria acaba de publicar algo parecido, que
se suma a algún libro anterior como Entre homínidos y elefantes. Un paseo
por la remota Edad de Piedra (Querol y Castillo, 2003).
El pasado arqueológico en ficción literaria cuenta con una buena tradición en Francia (Zamaron, 2007), el Reino Unido (http://www.trussel.com/f_
prehis.htm) y EE.UU. (Gressens, 2005). Una pequeña parte se ha traducido
al castellano, especialmente la referida a la Prehistoria (Fernández Martínez,
1991) y a la arqueología clásica: magníficos los ensayos de R. Olmos sobre
diversos contextos de la Antigüedad publicados a principios de los años 1990
en Revista de Arqueología.
Los cómics merecen una atención especial, por la gran capacidad de atracción para niños y jóvenes –también para adultos–, cuentan con una creciente
importancia en Prehistoria y Arqueología (Gallay, 2002; Ruiz Zapatero, 1997
y 2005b) y ofrecen muchas posibilidades didácticas. Los propios arqueólogos
empiezan a interesarse seriamente e incluso se ha publicado un manual de
introducción a la arqueología ¡todo en viñetas! (Loubser, 2003). Y ahora que
se estrena la película de Spielberg sobre las aventuras de Tintin resulta oportuno reseñar el curioso e interesante libro Hergé archéologue (Crubézy y Senégas, 2011) que explora el trasfondo arqueológico real detrás de las historias
del famoso reportero. Entre nosotros se ha iniciado la producción de historietas ambientadas en la Prehistoria como Explorador en la Sierra de Atapuerca
(Fundación Atapuerca, 2004) inspirado en los hallazgos de Homo antecessor
en Atapuerca y El Poble de l´Estany (Ayuntamiento de Banyoles, 2006), una
interesante aventura ambientada en el Neolítico de Cataluña.
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La arqueología en la publicidad comercial ha ido creciendo a lo largo del
tiempo (Schnitzler y Schnitzler, 2006). La publicidad aprovecha las ideas populares ligadas al pasado para vender los productos que propone. En mayor
o menor medida es algo que se ha hecho desde la propia configuración de la
Prehistoria y la Arqueología como disciplinas, aunque en las últimas décadas es cuando ha experimentado un crecimiento mayor. Los iconos arqueológicos –sean megalitos, celtas, personajes del Egipto faraónico, esculturas
griegas o romanas, templos, armas o la iconografía de la evolución humana–
ayudan a reforzar conceptos como belleza, elegancia, antigüedad, fortaleza,
originalidad o clasicismo aplicados a los productos comerciales que se publicitan. Nos falta en España un estudio pionero de esta clase que revelaría
aspectos muy sutiles de la percepción popular de la arqueología, pero puede
verse algo interesante en algún blog (http://www.historiayarqueologia.com/
profile/JaimeAlmansaSanchez).
Conferencias y cursos dirigidos a la divulgación arqueológica son algunos
de los medios más tradicionales, sobre todo las conferencias, quizás llegando
a un público reducido pero de forma eficaz. Lamentablemente el género de
la conferencia está en franca decadencia y resulta cada vez más difícil conseguir audiencias de cierta importancia, además los centros académicos suelen
ofrecer un cierto rechazo a varios públicos (figura 4). Alternativas populares,
llevando a la gente paseando por los propios restos arqueológicos, impartiendo charlas en plazas de pueblos con grandes pantallas al atardecer, o las
universidades de mayores o de la experiencia pueden ser fórmulas interesantes que no hagan perder el poder de la palabra, de la comunicación verbal
directa, que siempre será un valor. Las nuevas tecnologías de la información
no deben anular la fuerza del discurso hablado; desgraciadamente a veces el
medio es todo o casi todo y adquieren todo sentido las palabras de un sabio
jefe de bedeles en una vieja universidad cuando le preguntaba al conferenciante invitado: “¿le enchufo el power-point o va Vd. a decir algo interesante?”.
Un mundo complejo y emergente lo constituyen los video-juegos que incluyen marcos temáticos del pasado, real o ucrónico, y que por su carácter
fundamentalmente lúdico se excluyen de cualquier intento formativo o didáctico aunque en la práctica transmitan visiones y falsos-conocimientos que
pasan a formar parte del imaginario del pasado (Watrall, 2002). Aunque yo
también creo que la mezcla de realidad y fantasía en los juegos de rol no es
del todo rechazable (Sevillano y Soto, 2011).
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Figura 4. La conferencia de arqueología (Viñetas de la Familia Ulises
de Benejam, en TBO, años 1960).
La arqueología en la prensa, la radio, el cine y la televisión la he analizado
en otros lugares (Ruiz Zapatero, 1996, 2007 y 2009b: 19-22; Ruiz Zapatero y
Mansilla, 1999) y cuenta con cierta cobertura en las principales tradiciones
arqueológicas, especialmente la televisión y el cine (Clack y Britain, 2007;
Hutira, 2010; Kulik, 2006; Paynton, 2002; Schmidt, 2002; Van Dyke, 2006).
Tampoco falta el interés hacia la fringe archaeology con estudios interesantes
(Fagan, 2006 y Lovata, 2007), o sobre la imagen que proyectan los medios de
la figura del arqueólogo (Holtorf, 2007c). La arqueología en televisión tiene,
en nuestro país, un paupérrimo desarrollo, en el que apenas cabe citar la serie de TVE Memoria de España (2004-2005) con una lamentable puesta en
escena en los capítulos de Prehistoria y Antigüedad, el programa catalán Sota
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
Terra de TV3 (2010) (http://www.tv3.cat/sotaterra), una versión del famoso
Time Team británico con mejores intenciones que resultados, y la serie Hispania de Antena 3 (2010) (http://www.antena3.com/series/hispania/) que, a
pesar de su mala ambientación arqueológica, ha tenido bastante éxito con
las aventuras de Viriato –más de 4,6 millones de seguidores como media– y
ha iniciado su segunda temporada. Y sólo hemos empezado a chequear la arqueología en la prensa (Almansa y del Mazo, en prensa; Meneses Fernández,
2004), que como han demostrado otros estudios nos debería interesar más
por la imagen social que proyecta de la disciplina (Khun, 2002).
Finalmente, Internet es un nuevo mundo que acoge todo tipo de información y consecuentemente la arqueología crece continuamente con contenidos maravillosos al lado de otros deplorables: la Red es posible de lo mejor
y de lo peor. Mucha arqueología está ya en Internet, mucha más lo estará en
muy poco tiempo y cada vez más los distintos públicos acudirán a buscar
información en la Red. Internet es ya la gran fuente de conocimiento arqueológico popular y cabe preguntarse si no se convertirá en un nuevo registro
arqueológico. En muchos aspectos ha desplazado ya, como veremos más
adelante en las encuestas, a otros medios tradicionales y es, junto al cine, el
medio más demandado en las sociedades avanzadas del siglo xxi.
LOS ESTUDIOS DE PERCEPCIÓN POPULAR DE LA ARQUEOLOGÍA
El estudio de las percepciones que los distintos públicos tienen de la arqueología no ha formado parte, tradicionalmente, de las agendas investigadoras
de los arqueólogos, más allá de simplificaciones y afirmaciones tópicas o al
menos muy superficiales (Prior, 1996; Schmidt, 2002). El interés por las percepciones populares de la arqueología forma parte de los nuevos intereses
ligados a la ampliación y consolidación de la CRM, Cultural Resource Management (King, 2005; Lynne y Lipe, 2010), algo así como la Gestión del Patrimonio Cultural en España aunque con matices diferentes (Querol, 2010),
y de la Public Archaeology en el ámbito anglosajón (Reino Unido, EE.UU. y
Australia) a lo largo de las dos últimas décadas (Darwill, 2006; Holtorf, 2007a;
Matsuda, 2004; Merriman, 2004; Moshenska, 2009a). Incluso se defiende,
muy convincentemente, que la Public Archaeology consituye una obligación
moral de todos los profesionales de la Arqueología (McManamon, 1998),
aunque sólo muy recientemente se puedan hacer balances de trayectorias
profesionales dentro de la Arqueología Pública como una carrera específica
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
dentro de la disciplina (Saunders, 2011). Lo que sin duda, unido a la introducción de la materia en la universidad –pionera fue la UCL (University College
London) bajo la dirección de P. Ucko–, la aparición de una revista específica
Public Archaeology (2000) y el fuerte crecimiento de trabajos en revistas y
sesiones en congresos del último decenio, ha supuesto la mayoría de edad
de la especialidad. Pero el estudio de la percepción popular de la arqueología
es mucho más reciente en nuestro país (Almansa, 2006 y 2011) y otros países
europeos; y prácticamente inexistente en la mayor parte del resto del mundo
(pero véase Katsamudanga, 2009).
Se trata de un tipo de estudios que se encuentran en una fase pionera,
incluso en el mundo anglosajón como veremos a continuación. Con dos grandes problemas: primero, el escasísimo número de investigaciones realizadas
y segundo, el desigual valor de las muestras que han empleado esos pocos
trabajos. A todo ello habría que añadir la manera de realizar las preguntas o
los formularios con preguntas cerradas que sesgan, sin duda alguna, las respuestas y, en consecuencia, relativizan el valor de las comparaciones entre las
percepciones de distintos países. Eso significa sencillamente que conocemos
relativamente mal cuáles son las opiniones, los imaginarios y las actitudes
de las diferentes audiencias sobre nuestra disciplina. Con todo, aquí intento
ofrecer un resumen crítico de los resultados disponibles, por más que debamos ser muy cautelosos a la hora de sacar algunas conclusiones generales.
Pero en algún momento hay que hacerlo aunque sólo sea para llamar la atención sobre las dificultades existentes y la necesidad de más y mejores estudios
en el futuro próximo.
Existen otras vías, por supuesto, para explorar la percepción popular sobre la
arqueología como demuestran el interesante estudio de Nichols (2004) a partir de
los documentales arqueológicos emitidos en la televisión australiana y el análisis
de la arqueología televisiva británica (Kulik, 2006; Paynton, 2002), acaso la más
importante del mundo, pero por ahora parecen vías apenas esbozadas.
Para empezar, merece la pena considerar algunos de los resultados más
significativos de dos grandes encuestas en América y Europa. Sin duda, la
encuesta de opinión más amplia que tenemos es el famoso Informe Harris
(Ramos y Duganne, 2000) realizado, con un amplio muestreo, en EE.UU. y
que constituye hasta ahora el estudio más sólido y representativo. El Informe
Harris revela que el 60% de los estadounidenses cree en el valor de la arqueología en la investigación y la educación, el 64% piensa que no se deberían
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
sacar piezas arqueológicas sin autorización de los países implicados, el 80%
opina que se deben conceder subvenciones públicas para la protección de
yacimientos arqueológicos, mientras que el 86% considera que se deben dedicar fondos públicos para preservar sitios de valor histórico y arqueológico.
Por último, el 96% piensa que deben existir legislaciones específicas para la
protección de restos arqueológicos. Sobre la importancia de la arqueología
en la sociedad contemporánea los estadounidenses la califican bastante bien
con una media de 7,3 sobre 10. En cuanto al interés demostrado se puede
destacar que el 88% han visitado museos, el 37% han visitado sitios arqueológicos y un 11% ha participado en actos y eventos relacionados con la arqueología. Estos son sólo algunos de los resultados más interesantes del informe
y teniendo en cuenta el conjunto de la encuesta, se puede afirmar que existe
en EE.UU. una buena percepción del valor de la arqueología y de los restos arqueológicos como documentos históricos (figura 5). Aunque también
convendría reflexionar si los porcentajes señalados son todo lo buenos que
deberíamos esperar o si, por el contrario, se debería trabajar para conseguir
unas valoraciones más amplias y positivas. Y también se deberá trabajar para
caracterizar mejor las diferencias de opinión según los niveles de estudio,
porque así se podrán planificar actuaciones más eficaces en las presentaciones a los distintos públicos o audiencias.
Otra encuesta reciente y muy amplia es la encargada por el INRAP al Instituto Ipsos (2010) para explorar la percepción de la arqueología en Francia
(De Sars y Cambe, 2011). Los franceses opinan mayoritariamente que la investigación arqueológica es bastante útil (62%) o muy útil (24%) lo que significa
que ocho de cada diez franceses cree que la arqueología es una actividad de
utilidad pública. Los interesados estrictamente en la arqueología son uno de
cada cinco, que ascienden a dos de cada cinco si consideramos la historia y la
arqueología de forma conjunta. Datos que resultan francamente alentadores
(figura 5). Además tienen un gran interés por las excavaciones y hallazgos
de sus regiones, visitando yacimientos y asistiendo a jornadas de “puertas
abiertas”. Un 15% ha visitado al menos un sitio arqueológico en el último año
y existe un vivo interés por la presentación de los vestigios in situ. Puede
afirmarse que la gente considera a los restos arqueológicos como “su pasado”
y que éstos ayudan a situar a cada ciudadano en un territorio y su historia. El
interés y conocimiento arqueológico es parecido en ámbitos urbanos y áreas
rurales y atraviesa a los diversos segmentos de edad y los dos sexos; en ese
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Figura 5. Las percepciones populares sobre la arqueología en las grandes encuestas
de Francia y EE.UU. (datos según De Sars y Cambe, 2011 y Ramos y Duganne, 2000).
sentido la mediación arqueológica es así un importante medio de “democratización cultural” en la Francia contemporánea.
Pero sobre todo, sería muy importante poder contar con encuestas tan
amplias como la norteamericana o la francesa en muchos países y desde luego en el nuestro. Creo firmemente que lo que piensa la ciudadanía de un
país sobre su arqueología es una base fundamental para orientar el conjunto
de actuaciones y programas arqueológicos en todos los niveles: organizativo, financiero, legislativo, investigador y divulgador. Un proyecto nacional de
investigación, coordinado por Comunidades Autónomas, sobre este aspecto
sería importantísimo en España para esbozar sensibilidades y conocer las actitudes generales y las particularidades y peculiaridades –que seguro existen–
en cada Comunidad Autónoma.
La exploración de percepción pública de la arqueología, como ya he señalado, constituye un hecho reciente que apenas sobrepasa la última década y
además los estudios son escasos y con muestreos bastante limitados. La in-
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formación más relevante, además de la estadounidense (Ramos y Duganne,
2000) y la francesa (De Sars y Cambe, 2011) ya comentadas, corresponde a
Australia y Canadá, dos tradiciones arqueológicas punteras a nivel mundial.
Me quiero centrar en tres cuestiones bien analizadas en los estudios sobre estos dos países (Balme y Wilson, 2004; Pokotylo, 2002, 2007 y Pokotylo y Guppy, 1999) y en el único trabajo pionero en España (Almansa, 2006): primero,
la relevancia o importancia que se le concede a la arqueología en el mundo
contemporáneo, segundo, las actividades y objetivos que se le atribuyen o
asocian, y en tercer lugar, las fuentes y medios de información que emplea
la gente y/o le gustaría tener a su disposición para informarse y aprender arqueología y, en consecuencia, el grado de información que las audiencias noespecializadas consideran que tienen.
Sobre la primera cuestión, la relevancia de la arqueología a nivel popular (figura 6), aún admitiendo el valor muy relativo de las encuestas por las
muestreos limitados y el sesgo que introduce la presentación de respuestas
cerradas, la valoración global es bastante buena –siguiendo la tónica que ya
hemos visto para franceses y norteamericanos– si tenemos en cuenta que los
canadienses piensan, en algo más del 89%, que la arqueología es relevante
para la vida moderna (más del 61% la juzga muy o bastante relevante), mientras que entre los australianos los valores son algo más moderados. Para el
57% es relevante con distintos matices aunque para el 30% es poco relevante
y además un 10% no sabe/no contesta. Con estos resultados parece claro que
Figura 6. Valoración del grado de relevancia de la arqueología entre canadienses y
australianos (datos a partir de Pokotylo y Guppy, 1999 y Balme y Wilson, 2004).
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se reconoce, con mayor o menor intensidad, el valor de la arqueología en las
sociedades desarrolladas contemporáneas y además la arqueología interesa
de forma especial a porcentajes muy estimables de las distintas sociedades:
un 19% de franceses – que va hasta el 43% si unimos arqueología e historia
(De Sars y Cambe, 2011), y se eleva a un 67% de australianos (Balme y Wilson,
2004); valores no muy alejados se pueden manejar para los otros países con
información disponible (Pokotylo y Guppy, 1999). La arqueología llama la
atención y despierta tanto o más interés que disciplinas como la filosofía, la
astronomía o la sociología, básicamente porque permite aprender del pasado
para abordar el futuro y porque la arqueología nos ayuda a comprender el
mundo en que vivimos. Sin duda creo que el público se interesa más por la
arqueología que los arqueólogos por los distintos públicos.
La segunda cuestión gira en torno a las actividades y objetivos de la arqueología o, dicho en otras palabras, qué es lo que hacen los arqueólogos. La percepción
que tiene la gente dibuja contornos relativamente parecidos en las distintas encuestas nacionales. Así en América los estadounidenses asocian arqueología con
excavación (22%), porcentaje que iría hasta un 50% si añadimos excavar artefactos antiguos, huesos o restos de culturas y civilizaciones antiguas; a ello hay que
añadir un 12% que la relaciona con la historia y el patrimonio (Ramos y Duganne,
2000). Otras respuestas tienen valores bajos y sólo resulta preocupante un 10%
que piensa que los arqueólogos también excavan dinosaurios, una confusión con
la paleontología que sigue presente en todas las percepciones populares. De todas formas un estudio pionero de Feder (1984) detectaba muchos más errores y
distorsiones, incluso entre estudiantes universitarios. Hoy parece que en EE.UU.
la mayoría de la población percibe bien que los arqueólogos se dedican al estudio
de las civilizaciones desaparecidas. En Australia, también la excavación constituye la primera caracterización de la arqueología (37%), y si añadimos un 26%
que declara la investigación del pasado y un 7% con un ambiguo “investigar”
llegamos a la conclusión de que tres de cada cuatro australianos identifica más o
menos correctamente las tareas de los arqueólogos (Balme y Wilson, 2004: 2021). El resto se reparte entre un preocupante y sorprendente 23% que reduce la
arqueología a la búsqueda de dinosaurios y un 3% de “románticos-fantasiosos”
(figura 7) que la vincula a una actividad aventurera bien ejemplificada en las películas de Indiana Jones (Bathurst, 2000-2001; Gresh y Weinberg, 2008), figura
que como otros arqueólogos heroicos ha sido rigurosamente analizada (Zarmati,
1995) y goza de mayor popularidad que Lara Croft (Zorpidu, 2004).
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Bastante sorprendente y curiosa, al menos desde la perspectiva española, resulta la visión desde Canadá de lo que la gente relaciona con la arqueología a nivel mundial (Pokotylo y Guppy, 1999). Para un 40% se relaciona, de
forma correcta, con investigar el pasado material y conservar el patrimonio.
Pero luego es llamativo el alto porcentaje de respuestas que se centran en
aspectos sociales y políticos de la práctica arqueológica, con casi los mismos
valores alrededor de un 15%, como la religión y la política, la repatriación de
propiedades culturales –sin duda al calor de las protestas realizadas por los
gobiernos de Grecia y Egipto en las últimas dos décadas– y la reclamación
y derechos sobre tierras de las poblaciones indígenas. No muy lejos y en
la misma órbita de preocupaciones se encuentran el vandalismo, el saqueo
y el comercio de antigüedades (13%) y las cuestiones relacionadas con el
desarrollo del suelo (10,8%). Con esta importancia de la dimensión sociopolítica de la arqueología entre los canadienses no resultan sorprendentes
las escasas referencias a otros temas como la Arqueología Bíblica, la Paleontología, el turismo y patrimonio, educación y algún otro, que aparecen muy
marginalmente.
Figura 7. ¿Qué tipo de trabajo hace un arqueólogo? Percepciones populares del
trabajo de los arqueólogos en Australia (datos según Balme y Wilson, 2004).
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
En España, si al estudio muy limitado de Almansa (2006), con una muestra pequeña y no aleatoria centrada en Madrid, le concedemos un cierto valor
generalizador podríamos aventurar que se relaciona arqueología, de forma
correcta aunque imprecisa, con evolución humana (quizás en buena medida resultado del efecto sociológico del Proyecto Atapuerca) y las culturas
antiguas y de forma secundaria con los restos materiales, utensilios, herramientas y monumentos de las civilizaciones del pasado. Evolución humana,
culturas antiguas y la materialidad del pasado serían los tres pilares de las
percepciones de la muestra madrileña. Y aunque una gran mayoría reconoce
su valor social (95%), desconoce en gran medida como funcionan los métodos arqueológicos. Con todo, el estudio de Almansa (2006) creo que tiene un
buen valor orientativo –además de ser pionero en este tema– y es que la sociedad madrileña, y con toda probabilidad la española haciendo una amplísima
extrapolación, no tienen mayoritariamente una idea clara de la arqueología.
Y en las percepciones declaradas pesan bastante los estereotipos decimonónicos más que las ideas modernas.
La tercera y última cuestión es conocer cuales son las fuentes y medios de
información que emplea la gente y/o le gustaría tener a su disposición para
informarse y aprender sobre arqueología y el grado de satisfacción con que
puede acceder a ellos. Esta cuestión creo que resulta especialmente relevante
porque nos permite conocer cual es la realidad de cómo la arqueología llega
a la sociedad, cuales son los medios y canales importantes y cuales son los
deseos de la gente para poder profundizar en sus conocimientos. En este sentido, el Informe Harris (Ramos y Duganne, 2000) resulta muy esclarecedor
y probablemente también orientador de por donde irán las preferencias de
otras sociedades en poco tiempo. Así un 56% de estadounidenses encuestados declara que la televisión es su medio más relevante (se podían citar varios
elementos por lo que los valores no se calculan sobre el 100% sino sobre el
total de citas a cada uno). Las revistas (33%) y periódicos (24%) suman el
segundo valor, detrás de la televisión, mientras que los libros y enciclopedias
representan el 33%. No me interesa aquí tanto los valores concedidos a la enseñanza en sus diferentes tramos y sí destacar, por último, que los medios más
específicamente arqueológicos: conferencias, visitas a yacimientos y museos
y otros eventos de presentación arqueológica apenas llegan al 5%. El informe
detalla que a los norteamericanos les gustaría aprender arqueología a través
de la televisión (50%) y de revistas (22%) y libros (21%). Menos por los perió-
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dicos (11%) y casi nada de las actividades estrictamente arqueológicas, pero
es interesante destacar que sí les atrae participar en una excavación arqueológica (10%) y en actividades de “hands on” (White, 2005) que impliquen un
contacto directo con materiales y/o experiencias arqueológicas (7%), aspecto
que empiezan a incluir los mejores museos arqueológicos de EE.UU.
Los franceses, que de media citan dos medios distintos, declaran sus preferencias para informarse sobre arqueología por este orden (De Sars y Cambe,
2011): televisión (66%), Internet (44%), prensa generalista, periódicos y revistas (36%) y prensa especializada en arqueología (10%). Por detrás quedan los
museos (10%), los libros (7%) y las actividades arqueológicas participativas
(7%). Entre éstas, los grandes espectáculos de recreación histórico-arqueológica están creciendo mucho y con gran interés de público pero no son inocentes (Ucko, 2000). Otros medios tienen valores muy bajos. Es interesante en el
caso de Francia que la televisión es, muy destacadamente, el medio favorito, y
subrayar el alto valor, un 46% que le otorga la segunda posición, de la prensa
escrita en su conjunto, algo bastante lógico al tratarse de un país muy culto y
con altos índices de lectura. Pero sobre todo creo que es muy importante destacar la visibilidad de Internet, algo que en el Informe Harris y en los estudios
canadienses no tenía relevancia sin duda por las fechas de sus encuestas en
la década de los 90 del siglo pasado. La encuesta francesa demuestra el gran
valor concedido a Internet en la actualidad y me atrevo a pronosticar su crecimiento continuado en los próximos años. La oferta francesa sobre arqueología de páginas web institucionales y de otro tipo, blogs de toda clase y otras
fórmulas en Internet es muy grande, variada y de un nivel medio bastante
alto. Una tendencia muy a tener en cuenta de cara al futuro.
En el caso australiano (Balme y Wilson, 2004: 22), con respuestas muy
repartidas, la primera posición es la televisión y si le sumamos el cine supone un 26%, la prensa sigue a continuación con un 16%, los libros representan un apreciable 15%, mientras que los museos se quedan con un 13%
y los viajes con un 7%. Un valor aparte hay que concederle a la enseñanza,
que alcanza un 15% en todos los tramos educativos, y valores insignificantes logran otros medios. Pero hay que recordar que la encuesta australiana
se hizo entre jóvenes universitarios, y sin duda, el perfil de la percepción
corresponde a un público muy concreto y con más capacidad para buscar y
valorar ciertos medios para informarse sobre arqueología que otros grupos
sociales.
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Los resultados canadienses (Pokotylo y Guppy, 1999), una vez más con
respuestas que incluyen más de un medio, apuntan a la preeminencia de la
televisión (54,5%), que todavía podríamos ampliar si sumamos el valor del
cine, pero el primer puesto es para los museos (57,5%) que demuestran contar con un gran aprecio. A continuación siguen los viajes (36,7%), los libros
(24,3%) y las revistas (23,6%). En conjunto, aunque el perfil general encaja
con el modelo occidental que estamos viendo, la manera de informarse de los
canadienses tiene matices propios, especialmente en lo que refiere al valor
concedido a los museos.
Por último, la superficial valoración española (Almansa, 2006) aunque tomada con toda clase de reservas ofrece la siguiente silueta de cómo se aprende del pasado: televisión (31,5%), prensa (14,2%), yacimientos arqueológicos
(11,7%), museos (10,5%) y libros (4,2%). Otros medios son anecdóticos y casi
un 11% declaró que no aprendía de ninguna manera. En este caso el sesgo
parece ser que buena parte de la muestra estaba muy relacionada con la arqueología, de ahí seguramente los sorprendentes valores de la importancia
de yacimientos y museos.
La importancia capital de la televisión (Holtorf, 2007a: 52-54), el papel
destacado de los libros y prensa escrita de todo tipo y la fuerte emergencia de
Internet en las sociedades más avanzadas parecen dibujar las preferencias de
los medios que la gente utiliza para informarse de arqueología. Museos y viajes quedan en sun segundo plano y habría que recordar la importancia concedida a todas las experiencias arqueológicas que permitan la participación
activa de los distintos públicos. Otra cosa –ciertamente muy relevante para la
comunidad científica– es la opinión que tiene la gente de la facilidad con la
que se puede acceder, en general, al conocimiento arqueológico. En este punto los canadienses opinan que es bastante o muy accesible en más de un 42%
pero un 37,5% opina que sólo es algo accesible y un 20% piensa que lo es muy
poco o nada. La encuesta francesa revela también una cierta queja ya que sólo
un 21% de franceses que se declara “interesado” se considera suficientemente informado sobre las excavaciones y actividades de su entorno geográfico,
mientras que el 77% considera que la información es insuficiente. El lado
bueno de estas opiniones es que revelan la existencia de una fuerte demanda
de información arqueológica; algo muy positivo y que debería presionar a la
comunidad arqueológica para intensificar la divulgación y la participación en
la disciplina de las diferentes audiencias.
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Para descansar un poco de tanta encuesta y datos estadísticos y recordar
que la percepción popular de la arqueología es fluida y que la propia arqueología desarrolla continuamente nuevas fórmulas de divulgación voy a mostrar un caso anecdótico pero muy revelador. A mediados de los años 1990 una
revista de humor, El Jueves, incluyó en sus páginas una parodia de los cursos a
distancia de conocidas academias que incluían –y siguen incluyendo– cursos
sobre los más pintorescos temas. La parodia humorística eran dos cursos,
uno para “construir tu pirámide” y el otro un “curso práctico para tallar sílex”
(figura 8). El ingenio humorístico de los detalles de la supuesta publicidad
está fuera de toda duda, pero más de quince años después el humor surrealista ha perdido buena parte de su fuerza porque resulta que ahora si que es
posible encontrar cursos bastante parecidos en museos, cursos de verano o
actividades de parques arqueológicos. El humor surrealista de ayer se ha trocado en una realidad seria hoy; otra cosa es que a alguien le siga resultando
humorística esa realidad.
Figura 8. Visión humorística de cursos de arqueología en la revista El Jueves, hacia
mediados de los años 1990.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
A modo de conclusión provisional me atrevería a resumir la situación
de las percepciones populares de la arqueología en el momento actual de la
siguiente manera:
(1) Se reconoce ampliamente el valor y la utilidad de la arqueología, y
de forma bastante amplia se admite su relevancia en el mundo actual. Y se
detecta, cada vez más, una mayor sensibilidad hacia los restos arqueológicos
y la importancia y necesidad de su protección, conservación y disfrute por
todos los públicos.
(2) Existen más problemas en la percepción de la naturaleza de la arqueología y, aunque de forma correcta se relaciona con las excavaciones y los
restos materiales de las sociedades del pasado, se encuentran distorsiones
–confusión con la Paleontología y dimensión romántico-aventurera– y sobre
todo, bastante desconocimiento con los métodos de investigación arqueológica. Podríamos concluir diciendo que, de forma general o superficial, se
identifica relativamente bien la arqueología pero no hay una percepción clara de su verdadera naturaleza, formas de trabajo e implicaciones sociales.
(3) En cuanto a las formas de aprender arqueología, hay una escala de
medios que parece bastante uniforme en los casos de sociedades occidentales considerados: el primer puesto indiscutible es para la televisión, el
segundo, aunque no constatado plenamente, creo que puede ser Internet,
mientras que el tercer lugar corresponde a las revistas y prensa. Según los
casos el cuarto puesto se lo pueden disputar los libros y los museos. Y es
importante reconocer la escasa atracción de las formas de divulgación específicamente arqueológicas (conferencias, visitas a sitios, etc …) o quizás de
forma más exacta su escasa capacidad para llegar a mucha gente. La demanda de más arqueología televisiva y más arqueología internetizada dibujan,
sin duda alguna, una tendencia que no hará otra cosa que crecer, y plantean
serias responsabilidades de futuro a las instituciones y a toda la comunidad
arqueológica.
(4) Se necesita de forma urgente, por un lado, contar con encuestas de
muestras más amplias y representativas y, por otro lado, plantear encuestas
dirigidas específicamente a los distintos tipos de público, ya que las encuestas generalistas están bien para conocer valoraciones globales pero pueden
ocultar diferencias notables según las diferentes audiencias. Indagar sobre
cada colectivo particular deberá ser un objetivo irrenunciable para los
próximos años.
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
PERSPECTIVAS DE FUTURO
POR UNA ARQUEOLOGÍA MÁS INCLUSIVA
La arqueología es una disciplina que vive desde hace décadas con la obsesión
de llegar cada vez a más gente, a audiencias más amplias. Y en esa obsesión
una explicación fundamental es, sin duda, que la arqueología trata de la gente, de la gente del pasado que de alguna manera es inevitable que atraiga,
interese o incluso fascine a la gente del presente. Los objetos y los restos arqueológicos son la materia prima de nuestro estudio pero el objetivo real es
llegar a las sociedades del pasado. No podemos simplemente “cosificar” el pasado y transmitir historias de objetos si realmente queremos llegar a muchos
públicos, para ello quizás una clave es que deberíamos hacer el pasado más
humano, transmitir un pasado sobre la gente más que sobre objetos (Balme y
Wilson, 2004: 24). Por otra parte, en las tareas de alcanzar a más audiencias
y de forma más eficaz hay que reconocer que no existen “super-arqueólogos”.
Lo que hay es un colectivo cualificado y diversificado que, si quiere actuar
con fuerza, precisa de la suma de todos los sectores de la arqueología, fundamentalmente la academia, la administración, los museos y las empresas
(Criado, 1996). En esa dirección necesitamos dos cosas: primero, recuperar
la conciencia de unidad de la disciplina –la arqueología es una por más que
existan distintas esferas de actividad– para hablar todos la misma lengua, y
segundo, fortalecer las relaciones entre los cuatro colectivos desde el respeto
y la diversidad.
Todos deberíamos compartir una tarea importante: no sólo explorar y reconocer los medios que configuran las percepciones populares del pasado
arqueológico sino también embarcarnos en lo que yo denominaría la “excavación” de esos medios en la conciencia individual y colectiva. Me refiero a
la posibilidad de “excavar”, estratigráficamente, como se han ido originando,
superponiendo e interfiriendo los distintos medios populares que constituyen la percepción pública del pasado (figura 9). Es evidente que en los imaginarios arqueológicos de la gente han intervenido los conocimientos escolares
y de otros niveles educativos, los libros infantiles, las obras de ficción literaria,
la televisión, las películas y documentales, los cómics, los video-juegos, Internet, periódicos y revistas, y muchos otros elementos populares que construyen visiones determinadas del pasado. Una investigación sociológica que
intentara documentar esos medios como niveles o sustratos en los cerebros
de la gente, para explorar su orden de superposición, sus relaciones mutuas,
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Figura 9. Excavando las percepciones del pasado en la mente del imaginario colectivo: metáfora para deconstruir la ideas previas.
y el peso relativo de su importancia proporcionaría conocimientos valiosísimos para dibujar los contornos de la percepción popular de la arqueología en
cada sociedad. Algo así como elaborar una gigantesca y colectiva matriz de
Harris que ayudara a entender los imaginarios de los distintos públicos.
Se trataría de construir una visión desde la academia de cómo se contempla la arqueología desde los no-arqueólogos, una perspectiva no disciplinar
sino popular, una “arqueología como cultura popular” tal y como ha reivindicado Holtorf (2005 y 2007a). Una mirada a “los otros” para ver cómo nos perciben. Y en esa perspectiva no-arqueológica sino popular hay multitud de caminos, de líneas que merecen la consideración y el análisis de la comunidad
arqueológica. Sólo quiero citar algunas de esas aproximaciones populares de
las que podemos aprender mucho los arqueólogos, y a través de las cuales podemos practicar una arqueología mucho más inclusiva, una arqueología que
atraiga e implique a cuantas más personas mejor, y sobre todo, que a priori
no excluya a nadie.
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En primer lugar las historietas o cómics que ofrecen varias reflexiones valiosas. Para empezar las viñetas de los cómics se expresan fundamentalmente
con imágenes –cierto que no únicamente sino junto a textos y “bocadillos”–,
y las imágenes son también fundamentales en arqueología, ya que nuestra
disciplina, como bien ha dicho Moser (1998), es una disciplina fuertemente
visual. Por lo tanto las imágenes de los cómics pueden asemejarse a las ilustraciones de reconstrucción escénica que empleamos en arqueología (Lagardere, 1990). Existe un fuerte componente visual del mundo material que une
al cómic con la arqueología (Ruiz Zapatero, 1997). Las ilustraciones de los
cómics pueden representar visualmente el pasado con mucho realismo y con
mucho atractivo. Y mi pregunta es si los cómics, que con asesoramiento de arqueólogos cada vez son más frecuentes, y las reconstrucciones artísticas que
dibujan o encargan los arqueólogos se diferencian realmente en algo. Incluso,
en ocasiones, un mismo dibujante es el autor de un cómic y de ilustraciones
en libros de arqueología académica (Gallay, 2006; Ruiz Zapatero, 2010a), todavía más, unas viñetas de cómic pueden ser tan científicas como un manual
e incluso mejorar visualmente una explicación; por ejemplo la técnica de talla
Levallois, de obtención de lascas de forma predeterminada por percusión directa, suele estar mal explicada gráficamente en casi todos los textos especializados o, al menos, no resulta muy clara para ser visualmente comprendida
por los estudiantes; pero la página de Neanderthal de E. Roudier (2007) ofrece la mejor explicación gráfica que conozco de la talla Levallois ¡y es un cómic!
(figura 10). Estoy convencido de que hay muchas posibilidades de construir
divulgación arqueológica de altura en este medio.
Los libros de divulgación arqueológica, que como hemos visto siguen
manteniendo una posición respetable entre los medios de información de la
gente, constituyen un género muy importante. Pero aunque en otras tradiciones los arqueólogos se implican bastante, en España la situación es mucho
más penosa. Muy pocos libros de arqueología tienen vocación de alta divulgación, bastantes de los que se publican no están escritos por especialistas
y, salvo muy contados casos –los éxitos del equipo de Atapuerca–, apenas
cuentan con tiradas grandes y logran poca proyección social en librerías, suplementos de libros de periódicos y casi nula atención en otros medios de
comunicación. Mucha de nuestra producción no logra proyección popular,
probablemente porque en la mayoría de los casos eso ni se plantea como objetivo. Con seguridad nos asustaríamos si conociéramos las ventas de mu-
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Figura 10. Viñetas de E. Roudier en Neanderthal. Le cristal de chasse, t. I (Éditions
Delcourt, 2007) que muestran la técnica de talla Levallois.
chos libros que apenas son leídos. Y sobre todo, quizá el problema es que
resultan ilegibles y poco atractivos para muchos públicos. De los escritos por
no-profesionales o profesionales poco cualificados habría que decir, con la
feliz expresión de Javier Marías, que hay mucha “mercancía averiada” que,
desgraciadamente no permite ninguna denuncia, sólo lamentaciones cuando
uno los tiene en la mano en las librerías. Claro que siempre he reconocido que
si el mercado español pone en circulación “subproductos” de arqueología es
porque la academia no se implica en la tarea y el hueco se cubre con malos
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libros. De la conjunción de las dos situaciones se deriva el gris panorama de
los libros de divulgación arqueológica. Las mejores pruebas de lo que digo
se pueden obtener en la visita a las tiendas de los museos arqueológicos: lo
más salvable son casi todo traducciones y en la reflexión de que si alguien extranjero nos pidiera un buen libro de síntesis de toda la arqueología española
deberíamos confesar que todavía no se ha escrito. ¿Valdría la pena que nos
fijáramos en los libros que tienen éxito en otros países? Creo que sí. Y por otro
lado, se debe recordar siempre que ser muy buen investigador no asegura ser
muy buen divulgador. Además hacen falta las instituciones. El día que una
institución arqueológica española se ocupe del público infantil al modo en
que lo ha hecho el INRAP francés con el librito –afortunadamente traducido
al castellano–, La Arqueología a tu alcance (De Filippo y Garrigue, 2009) habremos entrado en otra dimensión. Por ahora el público infantil en nuestro
país tiene en este terreno todavía algunas limitaciones (Ruiz Zapatero, 2010b:
168-175).
El combate por la popularización arqueológica rigurosa y atractiva contra
el esoterismo, la New Age y fantasías ucrónicas merece la pena y es necesario:
la responsabilidad de la academia se extiende más allá de sus muros. Y existe,
por otro lado, lo que Holtorf (2005) denomina arqueo-appeal que podemos
aprovechar a nuestro favor (figura 11).
Figura 11. El “arqueo-appeal” o la magia de la arqueología en las aproximaciones
populares con los temas e ideas que configuran el atractivo (siguiendo la descripción
de Holtorf, 2005).
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Los yacimientos y monumentos suponen la manera más directa de entrar en contacto con el pasado. Hasta hace poco tiempo no existían estudios
sobre las mejores maneras de interpretar y presentar al público los sitios arqueológicos (Jameson, 1997; Silberman et al., 2004), la atención se ponía en
los restos, pero poco o nada en los públicos. Y no pocos problemas existen
para intentar una apocatástasis de las ruinas, para mostrar/explicar los sitios arqueológicos en su estado original o primitivo. Pero lo que me interesa
destacar aquí es que en los últimos años ha surgido una nueva línea de investigación que con el nombre de etnografía arqueológica (Edgeworth, 2003
y 2006) pretende estudiar con metodología etnográfica todas las formas de
actuación y comportamiento de los arqueólogos incluyendo, evidentemente,
las actuaciones en los yacimientos y con la gente que los visita. La etnografía
arqueológica no disocia pasado/antiguo de presente/moderno y plantea que
repensemos el pasado como un componente básico del presente (Hamilakis
y Anagnostopoulos, 2009). Y para hacerlo debemos intentar situar nuestra
práctica y nuestra interacción con las distintas audiencias bajo un estudio de
tipo etnográfico, un análisis de lo que hacemos y cómo lo hacemos. En otras
palabras, convertir en objeto de estudio todas las facetas de las actuaciones
arqueológicas.
Por primera vez estamos así estudiando las relaciones entre los sitios arqueológicos, los arqueólogos y las poblaciones locales y visitantes, como en
el interesantísimo caso de Grecia (Stroulia y Sutton, 2010). Este reciente conjunto de ensayos parte de una constatación: el pasado arqueológico griego
ha estado, en buena medida, separado, disociado, del presente social. Por un
lado, la investigación y presentación de sitios arqueológicos ha supuesto, de
alguna manera, la destrucción de las relaciones de las comunidades locales
con los sitios arqueológicos, y por otro lado, parece que algunos arqueólogos
demuestran más interés por el pasado nacional griego que por el presente
local. A todo ello hay que sumar una realidad: los sitios arqueológicos no se
explican por sí mismos, deben ser interpretados. Tampoco hay que olvidar
la internacionalización de la arqueología griega y sobre todo, un pasado de
arqueología colonial demasiado cercano todavía.
Y si los sitios y monumentos arqueológicos han sido disociados de la gente
es necesaria una recontextualización que permita conectar arqueología, sitios y poblaciones locales. En esa tarea –y pueden ser ideas interesantes muy
extrapolables a otros casos– se aconseja: (1) trabajar por una accesibilidad in-
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tegral, no meramente física (por ejemplo lograr traducciones de toda la investigación realizada a la lengua autóctona o crear programas de atracción local
mediante grupos de reconstrucción histórica y talleres participativos); (2) estudiar detalladamente y desde planteamientos holísticos las relaciones entre
las comunidades actuales, los sitios arqueológicos y los paisajes; (3) desarrollar unas prácticas arqueológicas y etnográficas colaborativas que impliquen
directamente a la población local, y (4) lograr una implicación directa de los
arqueólogos en mejoras de la vida local, de la vida cotidiana de la gente de la
zona. Y recordar siempre que las tareas para conseguir una accesibilidad integral, además de física para todos (Pezzo, 2010), y unas prácticas arqueológicas
y etnográficas colaborativas serán tanto más eficaces cuanto más se logre una
implicación individualizada, física y multisensorial con la gente de las comunidades locales. El objetivo final de las propuestas griegas sería: lograr que
las poblaciones locales aprecien la arqueología y se sientan orgullosas de su
pasado y conseguir que los arqueólogos aprecien a las comunidades locales
por sí mismas, independientemente del pasado arqueológico que estudian.
Realizar estudios etnográficos de las visitas a los sitios y monumentos arqueológicos es una experiencia muy enriquecedora y valiosa para conocer las
percepciones de la gente sobre esas experiencias. Un pequeño estudio piloto
que he realizado en el caso de Numancia (Soria) me permite evaluar sus posibilidades. En el año 2005 realicé varias visitas guiadas al yacimiento incluyéndome como un visitante más en los grupos, provisto de una pequeña grabadora,
y atento a recoger todos los comentarios y comportamientos de los visitantes.
Comprobé que, frente a las encuestas escritas o con formulario cerrado realizadas verbalmente al final de las visitas que enmascaran o distorsionan las verdaderas opiniones para mostrarse “culto” y ser “políticamente correcto”, la observación anónima de lo que dicen y hacen los visitantes permite capturar más
genuinamente lo que realmente piensa la gente. Las conclusiones son muy interesantes porque recogen el verdadero sentir de los distintos públicos e incluso el
lenguaje y los mecanismos de comprensión que emplean. Los propios arqueólogos tenemos en estas etnografías de las visitas guiadas a sitios y monumentos un
filón de investigación por realizar y mucho que aprender para construir mejores
mensajes y discursos en la presentación de los restos arqueológicos.
Para proteger el patrimonio la arqueología puede aprender mucho de la
ecología. Y la ecología y la protección de la naturaleza llevan ventaja sobre el
pasado en muchos sentidos y desde luego en el de sensibilización de la gente.
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Hace poco tiempo en el Zoo de Central Park de Nueva York descubrí algunas
alertas en los carteles que podrían servir como buenos lemas en arqueología:
“trata cada oso como si fuera el último oso” se convertiría en “trata cada yacimiento como si fuera el último yacimiento” o “¡las monedas matan!” (para
proteger a los patos) podría devenir en “los detectores ilegales matan” (los
sitios arqueológicos). No hay en todo ello ninguna exageración.
A MODO DE EPÍLOGO
A comienzos del siglo xxi la arqueología está presente en la sociedad más que
nunca, en su historia, y lo está de dos formas muy claras: 1) a través de medios
que son propios de los arqueólogos, actuaciones y productos que generamos
nosotros mismos, y 2) mediante una variedad de formas que son ajenas a la
arqueología profesional. Las segundas son mucho más amplias y diversas y,
aunque deforman, mutilan y distorsionan el pasado, tienen una capacidad de
comunicación con los públicos muy superior. Es importante identificar y conocer las “otras arqueologías”, las arqueologías no-académicas, las no producidas por los arqueólogos aunque sólo sea porque resultan – sin proponérselo
–muy efectivas e influyentes a la hora de construir los imaginarios populares.
Los medios no-profesionales, las arqueologías populares, ciertamente no
son competencia directa de los arqueólogos pero creo que es un gran error
desentendernos de ellas (Holtorf, 2007a). Pienso que nuestro trabajo debe
incluir también esas arqueologías populares despreciadas porque mediante
la observación, el estudio, la crítica, la ayuda y la colaboración si es preciso, podemos contribuir a crear canales populares más rigurosos, más fiables,
más respetuosos con el pasado. Y todo ello porque aceptando la libertad de
quienes las construyen desde posiciones no-arqueológicas costaría muy poco
evitar errores, sesgos y malentendidos. Al final mi filosofía es: ¿por qué hacer algo mal cuando no cuesta más hacerlo bien? Hay muchos campos para
intervenir en estos medios: para empezar usar los mitos falsos pero bien conocidos para desmontarlos y sustituirlos por conocimiento crítico (figura 12).
Podemos empezar a hacerlo (Almansa, 2011).
Pero es que en nuestros medios, todos los relacionados con la arqueología
profesional, también tenemos tareas urgentes: podemos y debemos mejorar
la calidad y lograr mayores audiencias en las exposiciones, los museos, los
yacimientos arqueológicos, las publicaciones de divulgación, los cursos, conferencias y las páginas web. Una arqueología que sitúe en primer plano a las
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Figura 12. Cartel de la Exposición “Prehistoria mítica. Ideas falsas y clichés verdaderos” del Museo de Solutré (marzo de 2010 - enero de 2011).
http://www.ocim.fr/spip.php?article2741.
comunidades locales y tienda a ser más inclusiva es posible. Para ello hacen
falta medios pero, sobre todo, hacen falta más imaginación y más ganas de
implicarse con la gente. Al fin y al cabo si alguien puede ver el pasado es gracias a los arqueólogos que tenemos la obligación de la alfabetización arqueológica de la sociedad (Franklin et al., 2008).
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Por otra parte, es preciso realizar una mejor radiografía de cómo las distintas audiencias perciben la arqueología y el pasado. Nuestra visión es muy
pobre, conocemos mal las ideas, creencias, perspectivas y valores que la gente tiene sobre la arqueología. Necesitamos encuestas a muy distintos niveles sobre las percepciones del pasado arqueológico pero también podemos
acercarnos a ellas a través de foros, páginas web, blogs y otras fórmulas que
ya están en Internet, una suerte de “arqueología electrónica”, porque ahí se
expresan libremente ideas, creencias, perspectivas y valores populares acerca
de nuestra disciplina. Incluso tenemos la posibilidad de inaugurar un campo
de investigación nuevo: una arqueología de la percepción popular del pasado.
Una dimensión de la historia de la arqueología que está por desarrollar.
La arqueología es el estudio de la gente del pasado a través de los restos
materiales para generar conocimiento histórico que sirva a la gente del presente. Para ello precisamos conocer mejor a nuestros públicos y sus percepciones. Es lo que he intentado defender en este ensayo porque pienso que este
tema es central para el desarrollo de la disciplina.
AGRADECIMIENTOS
Quiero expresar mi agradecimiento al Museo de Prehistoria de Valencia y, muy especialmente, a los organizadores de la Reunión que ha dado lugar a este libro porque
me resultó muy grata y estimulante. De todas las intervenciones y de las preguntas y
observaciones realizadas por los asistentes este texto es claramente deudor. Por último agradezco, muy profundamente, a los editores la infinita paciencia para ultimar
la redacción de este trabajo en unas circunstancias personales que han resultado un
tanto difíciles.
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