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Las migraciones germánicas
en Hispania
Francisco Javier Heras Mora
Junta de Extremadura
La Hispania de la tardorromanidad. Contexto
A lo largo del siglo iv, la ciudad hispanorromana comenzaba a mostrar, en términos generales, signos de decrepitud
muy evidentes en el desgaste de algunos de los monumentos más significativos. Los edificios de espectáculos populares, como los circos o los teatros, necesitaban ya una importante restauración. La fisonomía irregular de sus calles
alerta sobre cierto desorden o relajación en las normas
urbanísticas y el abandono de algunos espacios públicos.
También la sociedad comenzaba a cambiar en una
transformación sin retorno de las relaciones entre el campo y la ciudad, y entre el hombre y la divinidad. El triunfo
político del cristianismo había hecho tambalear los propios fundamentos de la civilización clásica y amenazaba
◁ Propuesta de reconstrucción de la indumentaria femenina
aristocrática de los pueblos que protagonizaron las Grandes
Migraciones de la primera mitad del siglo v, a partir de una
sepultura excavada en Mérida; según Heras y Olmedo, 2019
(dibujo J. Suárez).
con borrar todo rastro de los viejos dioses paganos y de las
costumbres más arraigadas de la cultura romana. A duras
penas sobrevivían las carreras en los circos y, a finales de siglo, había que promulgar leyes para que no se destruyesen
los templos y monumentos, seguramente ya obsoletos,
abandonados y amenazados por el expolio de sus vecinos.
En este contexto, los esfuerzos de las autoridades
imperiales se concentraban cada vez más en la defensa
de las fronteras del Imperio. Hacía tiempo que la presión
en el limes daba señales de emergencia militar. Muchos
de los emperadores-usurpadores se habían curtido en el
ejército —apostado perennemente en los campamentos
desde Britannia hasta Moesia—, algunos germanos ya
formaban parte de las tropas romanas y el emperador se
recluía en el seguro puerto de Rávena.
De alguna forma, las instituciones presentaban síntomas de agotamiento y, en general, los propios ciudadanos
comenzaban a intuir, acaso, la proximidad de un fin de ciclo. En medio de la creciente influencia del cristianismo, al/ 15
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gunos gobernantes recurren a los viejos dioses reclamán-
paña hispana, pero en un giro estratégico pudo facilitar el
doles ayuda y, aunque no era la primera vez que el Imperio
paso de algunos grupos germanos que permanecían en
se enfrentaba a una inestabilidad política tan acuciante, el
la Gallia. Esa colaboración propiciaría que, en otoño del
temor general parecía cada vez menos infundado.
año 409, estas gentes se adentraran en la península ibé-
A comienzos del siglo v, los herederos de Teodosio I no
rica y, poco después, reclamaran el reparto territorial de
encontrarían una situación mejor y, tras la nueva división
Hispania, en cumplimiento de unos supuestos acuerdos,
del Imperio entre sus hijos, volverán los no tan viejos fan-
posiblemente establecidos con Geroncio.
tasmas de la usurpación del poder. En 407, Constantino III
se levantará en Britannia y desde la Gallia hará frente a
Los «bárbaros» en Hispania
Honorio y a la supuesta oposición de Hispania, donde per-
«De aquí parte la funesta pérdida de las Hispanias».
sistía el escollo político de parte de la dinastía teodosiana.
Con esta frase, el teólogo e historiador hispano, Orosio, vin-
En Lusitania, la provincia más occidental del Imperio, se re-
cula la caída de las provincias hispanas al conflicto político
unía una milicia de siervos y campesinos para hacer frente
y militar desatado tras la usurpación de Constantino y el
al usurpador, por parte de los jóvenes Dídimo y Veriniano,
cúmulo de decisiones que se sucedieron a continuación.
ricos terratenientes con posesiones en Lusitania, emparen-
Sin duda, la práctica desprotección de Hispania frente a es-
tados con el hispano Teodosio I (379-395). Incluso la capital
tos bárbaros, a pesar de los repetidos intentos de Honorio
donde se hallaba el vicarius o gobernador de las Hispanias
por restituir el control de las provincias occidentales, impe-
—Augusta Emerita—, parecía desprotegida militarmente;
dirá a la postre retornar sus antiguos dominios hispanos.
no olvidemos que la misma península itálica se encontra-
Otro testigo de excepción, Hidacio de Chaves, obis-
ba amenazada y la propia Roma será tomada por el godo
po de Aquae Flaviae, contemporáneo de aquél y protago-
Alarico, en 410. Pero quizás el primer objetivo de este ejér-
nista, además, de algunos de los hechos más relevantes,
cito servil reclutado por los leales parientes de Honorio fue
narró como ningún otro historiador cuanto aconteció
combatir a los bárbaros que, poco antes, el último día del
en aquellos años. De los bárbaros que atravesaron los
año 406, habían rebasado las fronteras imperiales del Rin.
Pirineos, menciona a los suevos, vándalos —asdingos y
El ejército de Constantino III ya albergaba en sus filas
siligos— y a los alanos. Conforman una parte de aquellos
a honoriaci —soldados reclutados entre pueblos bárbaros
grupos que, desplazados por los hunos de sus territorios
aliados— y, paradójicamente, van a ser ellos los encarga-
de origen y, tras permanecer largo tiempo junto a los lí-
dos de defender el paso de los Pirineos. En este punto, re-
mites del Imperio, rebasaron la frontera renana en el in-
sultó fundamental el cambio de lealtades mostrado por el
vierno del 406. Algunos de ellos ya eran conocidos por los
hasta entonces lugarteniente de Constantino, Geroncio.
romanos. Es el caso de los suevos —en realidad un tron-
Éste había acompañado a su hijo Constante en su cam-
co étnico del que formaban parte numerosas tribus—, a
16 /
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los que se había enfrentado el propio Julio César en las
Galias. Los vándalos, por su parte, procedían del área que
Hispania durante las grandes migraciones del siglo v:
izquierda: reparto de las provincias en 411 entre suevos,
vándalos —asdingos y silingos— y alanos; derecha: ámbito de
influencia del reino suevo en época de Requila (438-448).
había ocupado la Dacia y la actual Chequia, y los alanos
serían oriundos del entorno del mar Negro.
los silingos, en Lusitania y Baetica, respectivamente. Los
En 411, estos grupos proceden a repartirse la prác-
primeros sufrirán una dura derrota y se verán obligados
tica totalidad de los territorios hispanos. A los alanos,
a ponerse bajo la protección de sus vecinos del norte, los
quizás los más numerosos, tocarán en suerte las provin-
vándalos asdingos, con Gunderico al frente.
cias Lusitania y Carthaginensis; a los suevos y vándalos
Quizás por el temor de que los visigodos se hicie-
asdingos, la Gallaetia, y a los vándalos silingos, la Baetica.
ran con el control peninsular tras acabar con todos ellos,
Quedará fuera de este reparto la Tarraconensis, reserva-
Constancio promueve su retirada de Hispania, restando
da probablemente por su importancia estratégica, más
una situación de precario dominio sobre esas provincias.
próxima a la Gallia y el paso hacia Roma.
De hecho, por aquellas fechas —del año 418 al 420—,
El periodo que sigue resulta bastante desconocido y
reaparece la figura del vicarius, de nombre Maurocello.
las noticias son algo inconexas. El godo Valia alcanzará un
Entre tanto, no debieron cesar las campañas de saqueo
pacto con Constancio —general al mando de las tropas de
por parte de los vándalos en la Carthaginensis y el em-
Honorio— en 416, a fin de combatir a los alanos y vánda-
perador refuerza los efectivos para reducir a los bárbaros,
Las migraciones germánicas en Hispania. Francisco Javier Heras Mora
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pero también para contrarrestar el poder del usurpador
Máximo, establecido entre ellos.
Éste último protagonizará un trascendental cambio
de rumbo tras la abdicación de su padre, al emprender
Otro de los hitos relevantes de estos años fue el paso
una política expansionista que le hace mirar hacia el sur,
de estos vándalos al norte de África (en el año 429), no sin
Lusitania, Baetica y Carthaginensis. La clave de esta expan-
antes retroceder hasta Lusitania, donde un grupo de suevos
sión territorial se encuentra en Mérida. En 439 toma la ciu-
saqueaba la provincia. Su cabecilla, Heremigario, morirá
dad y desde aquí emprende sucesivas campañas que le si-
ahogado en el Guadiana, probablemente tras asaltar la ca-
túan en Mirtilis —estratégico puerto fluvial en el Guadiana—
pital, Emerita. Cuando Hidacio habla de que Heremigario
e Hispalis —Sevilla— el año 441, en un claro intento por
causa ofensa a la mártir emeritense, desde la perspectiva de
hacerse con las provincias meridionales de Hispania.
un religioso puede significar que saqueó la ciudad, al menos
Qué duda cabe que la elección de Emerita posee un
las áreas periféricas, en caso de que hubieran resistido sus
acentuado simbolismo político y adquiere un enorme sig-
murallas a un hipotético asalto por parte de estos suevos.
nificado en cuanto a sus objetivos. Emerita, como residencia del gobernador de la Diocesis Hispaniarum, suponía la
El reino suevo y su sede en Emerita
capital política y administrativa de la Hispania tardorro-
La intervención de los aliados visigodos y de las tropas
mana, por lo menos teóricamente. Sin duda, la toma de la
imperiales en Hispania habría supuesto un cambio en los
ciudad constituye un golpe de efecto y, al hacerse con ella,
equilibrios de poder entre los bárbaros asentados aquí des-
pudiera estar reclamando para sí un papel hegemónico en
de hacía ya dos décadas. Los acuerdos ‘foedus’ alcanzados
la Península. Su expansión inmediata hacia las provincias
con los visigodos, aliados ‘foederati’ permitirán al empera-
limítrofes estaría confirmando esa posibilidad.
dor cierto control en Hispania; a cambio, permitirá su asenta-
Pero esta corte regia afincada en Mérida no se pro-
miento en el sur de la Gallia. Los suevos —según el Cronicón
longará en el tiempo ni trascenderá al impulsor de ese
de Hidacio— continuaban con sus acciones de saqueo en el
proyecto territorial. Requila muere casi una década
noroeste, algo tal vez indicativo de que aún no contaban con
después, en el año 448, en Emerita, seguramente con-
una base estable, a pesar de todo ese tiempo transcurrido.
vertida en la primera residencia estable de los suevos
Recluidos en el territorio asignado en 411, se mantenían al
en la Península. Aún en este corto periodo, podría de-
margen de las autoridades imperiales y del alcance de los
terminarse una manifiesta voluntad de establecimiento
visigodos. Las noticias que nos llegan a lo largo de la década
duradero, ahora sólo truncada por la muerte del rey. Su
del 430, tienen que ver con las repetidas denuncias por parte
hijo, Requiario, le sucede en unas circunstancias no bien
de los locales y los intentos de mediación del mismo obispo
aclaradas por Hidacio, que podrían tener que ver con una
de Chaves. Ya en ese tiempo conocemos el nombre de su
imprecisa oposición entre «los suyos» ‘gente sua’, proba-
rey, Hermerico, y el de su hijo y sucesor, Requila.
blemente en alusión a su familia. Resuelta esa posible
18 /
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resistencia o tomadas las cautelas debidas, el nuevo rey
demasiado a distinguir ese rastro. No lo hace, por ejemplo,
emprende un camino distinto al de su predecesor y retor-
la transmisión apocalíptica de Hidacio, que nos obliga a to-
na hacia sus territorios de partida en la Gallaetia.
mar con suma cautela parte de su detalle trágico.
En estos momentos, la península ibérica se encontra-
Con todo, no faltan huellas de actos punitivos que
ba dividida en dos. De un lado la Hispania precariamente
afectan a los barrios periféricos de las ciudades, preci-
controlada por el Imperio —las provincias Tarraconensis y
samente las áreas más expuestas a un eventual ataque.
Carthaginensis— y, del otro, la parte occidental, sujeta de un
Monumentos funerarios destruidos, edificios trágica-
modo u otro al poder del reino suevo, que fijará su sede en
mente desplomados y defensas remozadas y puestas a
Braga, en el extremo norte portugués. En realidad, pactos pos-
prueba. Escasean, sin embargo, los indicios directos de
teriores acordarán la renuncia de los suevos a esta provincia
la presencia de grupos extranjeros en la península ibérica
oriental a favor del Imperio. Tras la muerte de Valentiniano III,
durante las migraciones del siglo v, donde los más rotun-
Requiario entenderá extinto el acuerdo e impulsará su acción
dos argumentos arqueológicos proceden del ámbito fu-
hacia aquellos territorios. La ejecución de Requiario en 456,
nerario. Evoquemos la conocida spata de una tumba de
tras el intento por expandir su influencia hacia el este, desen-
Pax Iulia (la portuguesa Beja), o las piezas de Beiral (Ponte
cadenó el efecto contrario, constriñendo las fronteras suevas
de Lima, Portugal) o el Albaicín (Granada). Pero, hasta la
y afianzando la hegemonía del reino visigodo de Tolosa en el
fecha, el conjunto más significativo de enterramientos en
resto de la Hispania romana de facto ya extinta.
este sentido procede de Mérida. Las joyas, broches y remates áureos de los tocados constituyen un ornato carac-
La huella arqueológica
terístico e inconfundible del atuendo aristocrático femeni-
Cabría pensar que todo ese escenario de saqueo, de
no de los protagonistas de estas «grandes migraciones».
asalto y de ejércitos en movimiento hubiera dejado rastro
Históricamente, estas circunstancias encuentran perfecto
en los estratos de nuestras ciudades romanas. Pero lo cier-
encaje en aquella efímera sedes regia, entre 439-448, que
to es que la huella arqueológica resulta aún esquiva y su-
el rey suevo había establecido en Augusta Emerita, la vieja
mamente imprecisa, insuficiente para evaluar el auténtico
capital lusitana y que fuera primera ciudad de Hispania.
impacto de las migraciones de la primera mitad del siglo v
A partir de mediados de la quinta centuria se ha-
en Hispania. Y es que, muchas veces, no logramos desligar
cen más comunes las sepulturas con armas e indumen-
determinados signos de abandono y destrucción del pro-
taria alóctona: Duratón, Castiltierra, El Carpio de Tajo o
ceso natural de desarticulación urbana, propios del agota-
Madrona. Pero estos cementerios ya estarán vinculados a
miento del modelo social y político romano. Tampoco la
los visigodos, otro pueblo extranjero de origen germano,
narración histórica contemporánea a estos acontecimien-
que encontró acomodo en la insuficiencia militar de un
tos, por su escaso detalle o simplemente su silencio, ayuda
Imperio romano en franco declive.
Las migraciones germánicas en Hispania. Francisco Javier Heras Mora
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Las migraciones germánicas
en Hispania
Francisco Javier Heras Mora
Junta de Extremadura
La Hispania de la tardorromanidad. Contexto
A lo largo del siglo iv, la ciudad hispanorromana comenzaba a mostrar, en términos generales, signos de decrepitud
muy evidentes en el desgaste de algunos de los monumentos más significativos. Los edificios de espectáculos populares, como los circos o los teatros, necesitaban ya una importante restauración. La fisonomía irregular de sus calles
alerta sobre cierto desorden o relajación en las normas
urbanísticas y el abandono de algunos espacios públicos.
También la sociedad comenzaba a cambiar en una
transformación sin retorno de las relaciones entre el campo y la ciudad, y entre el hombre y la divinidad. El triunfo
político del cristianismo había hecho tambalear los propios fundamentos de la civilización clásica y amenazaba
◁ Propuesta de reconstrucción de la indumentaria femenina
aristocrática de los pueblos que protagonizaron las Grandes
Migraciones de la primera mitad del siglo v, a partir de una
sepultura excavada en Mérida; según Heras y Olmedo, 2019
(dibujo J. Suárez).
con borrar todo rastro de los viejos dioses paganos y de las
costumbres más arraigadas de la cultura romana. A duras
penas sobrevivían las carreras en los circos y, a finales de siglo, había que promulgar leyes para que no se destruyesen
los templos y monumentos, seguramente ya obsoletos,
abandonados y amenazados por el expolio de sus vecinos.
En este contexto, los esfuerzos de las autoridades
imperiales se concentraban cada vez más en la defensa
de las fronteras del Imperio. Hacía tiempo que la presión
en el limes daba señales de emergencia militar. Muchos
de los emperadores-usurpadores se habían curtido en el
ejército —apostado perennemente en los campamentos
desde Britannia hasta Moesia—, algunos germanos ya
formaban parte de las tropas romanas y el emperador se
recluía en el seguro puerto de Rávena.
De alguna forma, las instituciones presentaban síntomas de agotamiento y, en general, los propios ciudadanos
comenzaban a intuir, acaso, la proximidad de un fin de ciclo. En medio de la creciente influencia del cristianismo, al/ 15
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gunos gobernantes recurren a los viejos dioses reclamán-
paña hispana, pero en un giro estratégico pudo facilitar el
doles ayuda y, aunque no era la primera vez que el Imperio
paso de algunos grupos germanos que permanecían en
se enfrentaba a una inestabilidad política tan acuciante, el
la Gallia. Esa colaboración propiciaría que, en otoño del
temor general parecía cada vez menos infundado.
año 409, estas gentes se adentraran en la península ibé-
A comienzos del siglo v, los herederos de Teodosio I no
rica y, poco después, reclamaran el reparto territorial de
encontrarían una situación mejor y, tras la nueva división
Hispania, en cumplimiento de unos supuestos acuerdos,
del Imperio entre sus hijos, volverán los no tan viejos fan-
posiblemente establecidos con Geroncio.
tasmas de la usurpación del poder. En 407, Constantino III
se levantará en Britannia y desde la Gallia hará frente a
Los «bárbaros» en Hispania
Honorio y a la supuesta oposición de Hispania, donde per-
«De aquí parte la funesta pérdida de las Hispanias».
sistía el escollo político de parte de la dinastía teodosiana.
Con esta frase, el teólogo e historiador hispano, Orosio, vin-
En Lusitania, la provincia más occidental del Imperio, se re-
cula la caída de las provincias hispanas al conflicto político
unía una milicia de siervos y campesinos para hacer frente
y militar desatado tras la usurpación de Constantino y el
al usurpador, por parte de los jóvenes Dídimo y Veriniano,
cúmulo de decisiones que se sucedieron a continuación.
ricos terratenientes con posesiones en Lusitania, emparen-
Sin duda, la práctica desprotección de Hispania frente a es-
tados con el hispano Teodosio I (379-395). Incluso la capital
tos bárbaros, a pesar de los repetidos intentos de Honorio
donde se hallaba el vicarius o gobernador de las Hispanias
por restituir el control de las provincias occidentales, impe-
—Augusta Emerita—, parecía desprotegida militarmente;
dirá a la postre retornar sus antiguos dominios hispanos.
no olvidemos que la misma península itálica se encontra-
Otro testigo de excepción, Hidacio de Chaves, obis-
ba amenazada y la propia Roma será tomada por el godo
po de Aquae Flaviae, contemporáneo de aquél y protago-
Alarico, en 410. Pero quizás el primer objetivo de este ejér-
nista, además, de algunos de los hechos más relevantes,
cito servil reclutado por los leales parientes de Honorio fue
narró como ningún otro historiador cuanto aconteció
combatir a los bárbaros que, poco antes, el último día del
en aquellos años. De los bárbaros que atravesaron los
año 406, habían rebasado las fronteras imperiales del Rin.
Pirineos, menciona a los suevos, vándalos —asdingos y
El ejército de Constantino III ya albergaba en sus filas
siligos— y a los alanos. Conforman una parte de aquellos
a honoriaci —soldados reclutados entre pueblos bárbaros
grupos que, desplazados por los hunos de sus territorios
aliados— y, paradójicamente, van a ser ellos los encarga-
de origen y, tras permanecer largo tiempo junto a los lí-
dos de defender el paso de los Pirineos. En este punto, re-
mites del Imperio, rebasaron la frontera renana en el in-
sultó fundamental el cambio de lealtades mostrado por el
vierno del 406. Algunos de ellos ya eran conocidos por los
hasta entonces lugarteniente de Constantino, Geroncio.
romanos. Es el caso de los suevos —en realidad un tron-
Éste había acompañado a su hijo Constante en su cam-
co étnico del que formaban parte numerosas tribus—, a
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los que se había enfrentado el propio Julio César en las
Galias. Los vándalos, por su parte, procedían del área que
Hispania durante las grandes migraciones del siglo v:
izquierda: reparto de las provincias en 411 entre suevos,
vándalos —asdingos y silingos— y alanos; derecha: ámbito de
influencia del reino suevo en época de Requila (438-448).
había ocupado la Dacia y la actual Chequia, y los alanos
serían oriundos del entorno del mar Negro.
los silingos, en Lusitania y Baetica, respectivamente. Los
En 411, estos grupos proceden a repartirse la prác-
primeros sufrirán una dura derrota y se verán obligados
tica totalidad de los territorios hispanos. A los alanos,
a ponerse bajo la protección de sus vecinos del norte, los
quizás los más numerosos, tocarán en suerte las provin-
vándalos asdingos, con Gunderico al frente.
cias Lusitania y Carthaginensis; a los suevos y vándalos
Quizás por el temor de que los visigodos se hicie-
asdingos, la Gallaetia, y a los vándalos silingos, la Baetica.
ran con el control peninsular tras acabar con todos ellos,
Quedará fuera de este reparto la Tarraconensis, reserva-
Constancio promueve su retirada de Hispania, restando
da probablemente por su importancia estratégica, más
una situación de precario dominio sobre esas provincias.
próxima a la Gallia y el paso hacia Roma.
De hecho, por aquellas fechas —del año 418 al 420—,
El periodo que sigue resulta bastante desconocido y
reaparece la figura del vicarius, de nombre Maurocello.
las noticias son algo inconexas. El godo Valia alcanzará un
Entre tanto, no debieron cesar las campañas de saqueo
pacto con Constancio —general al mando de las tropas de
por parte de los vándalos en la Carthaginensis y el em-
Honorio— en 416, a fin de combatir a los alanos y vánda-
perador refuerza los efectivos para reducir a los bárbaros,
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pero también para contrarrestar el poder del usurpador
Máximo, establecido entre ellos.
Éste último protagonizará un trascendental cambio
de rumbo tras la abdicación de su padre, al emprender
Otro de los hitos relevantes de estos años fue el paso
una política expansionista que le hace mirar hacia el sur,
de estos vándalos al norte de África (en el año 429), no sin
Lusitania, Baetica y Carthaginensis. La clave de esta expan-
antes retroceder hasta Lusitania, donde un grupo de suevos
sión territorial se encuentra en Mérida. En 439 toma la ciu-
saqueaba la provincia. Su cabecilla, Heremigario, morirá
dad y desde aquí emprende sucesivas campañas que le si-
ahogado en el Guadiana, probablemente tras asaltar la ca-
túan en Mirtilis —estratégico puerto fluvial en el Guadiana—
pital, Emerita. Cuando Hidacio habla de que Heremigario
e Hispalis —Sevilla— el año 441, en un claro intento por
causa ofensa a la mártir emeritense, desde la perspectiva de
hacerse con las provincias meridionales de Hispania.
un religioso puede significar que saqueó la ciudad, al menos
Qué duda cabe que la elección de Emerita posee un
las áreas periféricas, en caso de que hubieran resistido sus
acentuado simbolismo político y adquiere un enorme sig-
murallas a un hipotético asalto por parte de estos suevos.
nificado en cuanto a sus objetivos. Emerita, como residencia del gobernador de la Diocesis Hispaniarum, suponía la
El reino suevo y su sede en Emerita
capital política y administrativa de la Hispania tardorro-
La intervención de los aliados visigodos y de las tropas
mana, por lo menos teóricamente. Sin duda, la toma de la
imperiales en Hispania habría supuesto un cambio en los
ciudad constituye un golpe de efecto y, al hacerse con ella,
equilibrios de poder entre los bárbaros asentados aquí des-
pudiera estar reclamando para sí un papel hegemónico en
de hacía ya dos décadas. Los acuerdos ‘foedus’ alcanzados
la Península. Su expansión inmediata hacia las provincias
con los visigodos, aliados ‘foederati’ permitirán al empera-
limítrofes estaría confirmando esa posibilidad.
dor cierto control en Hispania; a cambio, permitirá su asenta-
Pero esta corte regia afincada en Mérida no se pro-
miento en el sur de la Gallia. Los suevos —según el Cronicón
longará en el tiempo ni trascenderá al impulsor de ese
de Hidacio— continuaban con sus acciones de saqueo en el
proyecto territorial. Requila muere casi una década
noroeste, algo tal vez indicativo de que aún no contaban con
después, en el año 448, en Emerita, seguramente con-
una base estable, a pesar de todo ese tiempo transcurrido.
vertida en la primera residencia estable de los suevos
Recluidos en el territorio asignado en 411, se mantenían al
en la Península. Aún en este corto periodo, podría de-
margen de las autoridades imperiales y del alcance de los
terminarse una manifiesta voluntad de establecimiento
visigodos. Las noticias que nos llegan a lo largo de la década
duradero, ahora sólo truncada por la muerte del rey. Su
del 430, tienen que ver con las repetidas denuncias por parte
hijo, Requiario, le sucede en unas circunstancias no bien
de los locales y los intentos de mediación del mismo obispo
aclaradas por Hidacio, que podrían tener que ver con una
de Chaves. Ya en ese tiempo conocemos el nombre de su
imprecisa oposición entre «los suyos» ‘gente sua’, proba-
rey, Hermerico, y el de su hijo y sucesor, Requila.
blemente en alusión a su familia. Resuelta esa posible
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resistencia o tomadas las cautelas debidas, el nuevo rey
demasiado a distinguir ese rastro. No lo hace, por ejemplo,
emprende un camino distinto al de su predecesor y retor-
la transmisión apocalíptica de Hidacio, que nos obliga a to-
na hacia sus territorios de partida en la Gallaetia.
mar con suma cautela parte de su detalle trágico.
En estos momentos, la península ibérica se encontra-
Con todo, no faltan huellas de actos punitivos que
ba dividida en dos. De un lado la Hispania precariamente
afectan a los barrios periféricos de las ciudades, preci-
controlada por el Imperio —las provincias Tarraconensis y
samente las áreas más expuestas a un eventual ataque.
Carthaginensis— y, del otro, la parte occidental, sujeta de un
Monumentos funerarios destruidos, edificios trágica-
modo u otro al poder del reino suevo, que fijará su sede en
mente desplomados y defensas remozadas y puestas a
Braga, en el extremo norte portugués. En realidad, pactos pos-
prueba. Escasean, sin embargo, los indicios directos de
teriores acordarán la renuncia de los suevos a esta provincia
la presencia de grupos extranjeros en la península ibérica
oriental a favor del Imperio. Tras la muerte de Valentiniano III,
durante las migraciones del siglo v, donde los más rotun-
Requiario entenderá extinto el acuerdo e impulsará su acción
dos argumentos arqueológicos proceden del ámbito fu-
hacia aquellos territorios. La ejecución de Requiario en 456,
nerario. Evoquemos la conocida spata de una tumba de
tras el intento por expandir su influencia hacia el este, desen-
Pax Iulia (la portuguesa Beja), o las piezas de Beiral (Ponte
cadenó el efecto contrario, constriñendo las fronteras suevas
de Lima, Portugal) o el Albaicín (Granada). Pero, hasta la
y afianzando la hegemonía del reino visigodo de Tolosa en el
fecha, el conjunto más significativo de enterramientos en
resto de la Hispania romana de facto ya extinta.
este sentido procede de Mérida. Las joyas, broches y remates áureos de los tocados constituyen un ornato carac-
La huella arqueológica
terístico e inconfundible del atuendo aristocrático femeni-
Cabría pensar que todo ese escenario de saqueo, de
no de los protagonistas de estas «grandes migraciones».
asalto y de ejércitos en movimiento hubiera dejado rastro
Históricamente, estas circunstancias encuentran perfecto
en los estratos de nuestras ciudades romanas. Pero lo cier-
encaje en aquella efímera sedes regia, entre 439-448, que
to es que la huella arqueológica resulta aún esquiva y su-
el rey suevo había establecido en Augusta Emerita, la vieja
mamente imprecisa, insuficiente para evaluar el auténtico
capital lusitana y que fuera primera ciudad de Hispania.
impacto de las migraciones de la primera mitad del siglo v
A partir de mediados de la quinta centuria se ha-
en Hispania. Y es que, muchas veces, no logramos desligar
cen más comunes las sepulturas con armas e indumen-
determinados signos de abandono y destrucción del pro-
taria alóctona: Duratón, Castiltierra, El Carpio de Tajo o
ceso natural de desarticulación urbana, propios del agota-
Madrona. Pero estos cementerios ya estarán vinculados a
miento del modelo social y político romano. Tampoco la
los visigodos, otro pueblo extranjero de origen germano,
narración histórica contemporánea a estos acontecimien-
que encontró acomodo en la insuficiencia militar de un
tos, por su escaso detalle o simplemente su silencio, ayuda
Imperio romano en franco declive.
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