Los hombres y las mujeres que habitaron la aldea
María Jesús de Pedro Michó
Eva Ripollés Adelantado
Laura Fortea Cervera
2015
[page-n-1]
[ 106 ]
[page-n-2]
Los hombres y mujeres
que habitaron la aldea
María Jesús de Pedro Michó, Eva Ripollés Adelantado, Laura Fortea Cervera
Museu de Prehistòria-SIP
Diversas son las vías de aproximación al conocimiento de
los grupos humanos de la Prehistoria, entre ellas el análisis de las bases económicas y actividades domésticas, del
espacio social en el que habitan y de las prácticas funerarias documentadas.
El grupo según las prácticas económicas
Para cronologías en torno a los inicios del II milenio a.C., algunos investigadores plantean la existencia de
grupos sedentarios más o menos jerarquizados con prácticas económicas basadas en una agricultura cerealista
extensiva y una explotación ganadera intensiva. Hipótesis
que defiende la consolidación del tipo de vida campesina
a partir de la presencia de unidades de asentamiento de
pequeño tamaño y de carácter familiar extenso, con relaciones de adhesión o filiación entre ellas.
< Los primeros habitantes de la Lloma de Betxí.
Dibujo de F. Chiner.
Las actividades domésticas y de mantenimiento, así como las bases económicas documentadas en la
Lloma de Betxí reflejan el modo de vida de una comunidad campesina. Ahora bien, acerca de los hombres y mujeres que habitaron la aldea, ¿qué sabemos?
De acuerdo con los anteriores planteamientos y la
interpretación del registro arqueológico, el grupo humano que vivió en la aldea de la Lloma de Betxí estaría formado por una familia de unas 15-20 personas, hombres
y mujeres, de todas las edades, parientes entre sí, pertenecientes a distintas generaciones que habitaban en una
unidad doméstica u hogar, y cuyas bases económicas
eran la agricultura y la ganadería.
Las familias campesinas se caracterizan por ser
productoras y consumidoras del fruto de su trabajo, siendo ellas mismas su propia y exclusiva mano de obra. Cabe
pensar que todos sus miembros, sin distinción de edad
o sexo, colaborarían tanto en las actividades domésticas
como en aquellas otras derivadas de su economía. La
introducción del arado pudo significar el momento del
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El grupo de la Lloma en el entorno del Camp
de Túria. El espacio social
Enterramiento masculino en posición secundaria. Sector Este.
[ 108 ]
paso de la mujer horticultora al hombre agricultor pero no
parece concluyente que la dificultad del trabajo de arada
fuera la causa de la separación de la mujer de esa actividad, tanto por el tamaño de las parcelas, lo ligero de los
suelos, el propio tipo de arado y la presencia de animales
de tiro, por lo que es razonable pensar que sería un trabajo compartido (Fernández-Posse, 2000). Y lo mismo con
la ganadería, puesto que el registro arqueológico y zooarqueológico contradice que sea una actividad «masculina»
y aboga por una tarea de carácter acusadamente doméstico y con buena compensación entre el aporte calórico a
la dieta y el aprovechamiento de productos secundarios.
La complejidad observada en las infraestructuras
de algunos poblados refleja la existencia de una estructura social capaz de organizar los trabajos de construcción
y mantenimiento; y la información del registro, en cuanto
a la variabilidad en las dimensiones y funcionalidad de
los asentamientos, permite plantear la hipótesis de un
territorio jerarquizado. Si pensamos, por ejemplo, en las
importantes obras de construcción en piedra, caso de la
edificación central de la Lloma, asumimos que se trata
de trabajos que exigen tiempo, fuerza y organización. La
cuestión es si, además, se requiere la asociación de un
grupo significativo de individuos más allá de la familia extensa, si buscaron alianzas en poblaciones cercanas para
recibir ayuda. O qué clase de vínculos mantenían con los
grupos vecinos.
Para dar respuesta a esta cuestión sobre los contactos entre los grupos es necesario abordar el estudio
del espacio social en el que habitan y el medio físico
donde se articulan las relaciones sociales, en un tiempo
y ámbito determinados. En el caso de la Lloma el reconocimiento de su espacio social así como de las conexiones
con otros grupos es complicado porque apenas conocemos las pautas del poblamiento en la zona inmediata, tal
y como hemos visto en un capítulo anterior.
La Lloma de Betxí se sitúa en un pequeño cerro
de escasa altura, con un control visual limitado y sin mu-
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rallas, por lo que se descarta una función defensiva. La
elección del emplazamiento se vincularía, más bien, con
la explotación de las tierras circundantes. El edificio de la
parte superior sería el caserío de una comunidad agrícola
reducida, en el que vivienda y almacén ocupan el mismo
espacio. La proximidad de una serie de asentamientos de
reducido tamaño también desprovistos de murallas no
supone lazos de dependencia o control del territorio, sino
que traduce la existencia de relaciones igualitarias entre
grupos vecinos.
Para determinar los vínculos entre dichas comunidades es necesario, pues, valorar el conjunto del poblamiento, la coetaneidad entre los yacimientos, la duración
de las ocupaciones y los ajuares domésticos; no obstante,
como ya se ha señalado, la falta de excavaciones modernas impide confirmar la cronología de muchos de ellos y
por tanto su contemporaneidad.
Acerca de las prácticas funerarias
En otro orden de cosas, también podemos acercarnos a los pobladores de la Lloma a partir del estudio
de los contextos y las prácticas funerarias, fuente de información privilegiada para conocer la estructura social y la
cultura de un grupo humano. Teniendo en cuenta que, en
Enterramiento de un cánido en posición primaria junto al individuo
masculino del Sector Este.
cualquier sociedad, la manera en que se establecen las
prácticas funerarias está en relación directa con la forma y
complejidad de la organización de dicha sociedad; si queremos conocer la diversidad en las actividades realizadas,
en el acceso a los recursos, en la distribución del producto, o si había consumo diferencial, debemos recurrir a los
restos humanos.
Desde mediados del III milenio a.C., la difusión de
objetos de poder y prestigio, como armas de cobre, cerámicas decoradas, oro, adornos, marfil o brazaletes de
arquero, presentes en contextos funerarios muestran la
existencia de redes de intercambio al servicio de determinadas elites sociales. Algunos individuos reciben un tratamiento especial a su muerte, con ofrendas que denotan
prestigio y autoridad mientras que otros no. Tal es el caso
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Enterramiento masculino en posición primaria. Sector Oeste.
de la Cultura de El Argar en cuyas sepulturas encontramos
ajuares ricos, otros de menor calidad, individuos sin ajuar
e incluso muchos otros que ni siquiera merecieron enterramiento (Aranda y Esquivel, 2007).
La presencia de tumbas con fuertes disimetrías
en cuanto a la composición y riqueza de sus ajuares, en
niveles estratigráficos contemporáneos dentro de una
misma unidad habitacional, evidencian la existencia y el
desarrollo de aristocracias y de siervos asociados a ellas.
Una desigualdad que también ha sido puesta de relieve
por los estudios osteológicos a partir de las diferencias
observables entre los propios restos óseos, pues las primeras habrían desarrollado trabajos menos penosos que
los segundos (Contreras, 2004; Cámara, 2000; 2009).
[ 110 ]
¿Y, qué ocurre en tierras valencianas? Durante la
Edad del Bronce, observamos una clara variabilidad en
cuanto al ritual, con enterramientos individuales en covacha próxima al yacimiento, enterramientos colectivos
y enterramientos individuales en poblados. Existen, además, marcadas diferencias en relación con la diversidad
cultural de nuestras tierras durante el II milenio a.C. Así,
las prácticas funerarias en las comarcas meridionales,
caso de San Antón, Tabaià o la Illeta, atestiguan su vinculación al territorio argárico. Mientras que en el área perteneciente al Bronce Valenciano, queda patente la variedad
de sus necrópolis y, al parecer, la ausencia de un ritual
funerario institucionalizado.
En el caso de la Lloma de Betxí sólo se conocen, hasta la fecha, dos enterramientos humanos (de Pedro, 2010).
En el Sector E, zona de ampliación del poblado que configura espacios de terraza, se localizó el primero de ellos,
un individuo senil en posición secundaria junto al cual se
encontraba el esqueleto de un perro en posición primaria. Destaca la presencia del cánido en tanto que presenta alteraciones de origen antrópico, marcas de carnicería
sobre algunos huesos, que podrían indicar su consumo en
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relación con algún acto social o ritual; vinculado quizás al
enterramiento de un personaje objeto de una veneración
particular. La datación absoluta proporciona una fecha de
3650 ± 40 BP, calibrado a 2 σ entre 2140 y 1910 cal BC.
Y en el sector O, en la base de un gran muro ataludado que cierra la edificación superior, se halló el otro
enterramiento humano, éste en posición primaria, orientado en sentido este-oeste, con piernas y brazos flexionados y la cabeza vuelta hacia el norte, sin ajuar, en una
pequeña fosa de planta aproximadamente circular delimitada por una serie de piedras. Recostado sobre el lado
izquierdo, en posición decúbito lateral, pero con el tronco
muy inclinado hacia la derecha, quizás por causas post-
A
B
deposicionales. La datación obtenida para este segundo
enterramiento es de 3400 ± 40 BP, calibrado a 2 σ entre
1760 y 1610 cal BC.
En comparación con otras áreas peninsulares, al
hallarse pocos ajuares, la información en relación con la
presencia de inhumaciones diferenciales es escasa. Y ello
a pesar de la existencia de redes de intercambio, como
prueban determinadas materias primas y elementos de
prestigio como los objetos metálicos, cerámicas decoradas y botones de marfil que sí han aparecido en los contextos de habitación.
Los hombres y mujeres que habitaron la aldea. Mª J. de Pedro, E. Ripollés, L. Fortea
Reconstrucción del enterramiento del Sector Oeste.
A. Dibujo de Á. Sánchez.
B. Dibujo de F. Chiner.
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Los hombres y mujeres
que habitaron la aldea
María Jesús de Pedro Michó, Eva Ripollés Adelantado, Laura Fortea Cervera
Museu de Prehistòria-SIP
Diversas son las vías de aproximación al conocimiento de
los grupos humanos de la Prehistoria, entre ellas el análisis de las bases económicas y actividades domésticas, del
espacio social en el que habitan y de las prácticas funerarias documentadas.
El grupo según las prácticas económicas
Para cronologías en torno a los inicios del II milenio a.C., algunos investigadores plantean la existencia de
grupos sedentarios más o menos jerarquizados con prácticas económicas basadas en una agricultura cerealista
extensiva y una explotación ganadera intensiva. Hipótesis
que defiende la consolidación del tipo de vida campesina
a partir de la presencia de unidades de asentamiento de
pequeño tamaño y de carácter familiar extenso, con relaciones de adhesión o filiación entre ellas.
< Los primeros habitantes de la Lloma de Betxí.
Dibujo de F. Chiner.
Las actividades domésticas y de mantenimiento, así como las bases económicas documentadas en la
Lloma de Betxí reflejan el modo de vida de una comunidad campesina. Ahora bien, acerca de los hombres y mujeres que habitaron la aldea, ¿qué sabemos?
De acuerdo con los anteriores planteamientos y la
interpretación del registro arqueológico, el grupo humano que vivió en la aldea de la Lloma de Betxí estaría formado por una familia de unas 15-20 personas, hombres
y mujeres, de todas las edades, parientes entre sí, pertenecientes a distintas generaciones que habitaban en una
unidad doméstica u hogar, y cuyas bases económicas
eran la agricultura y la ganadería.
Las familias campesinas se caracterizan por ser
productoras y consumidoras del fruto de su trabajo, siendo ellas mismas su propia y exclusiva mano de obra. Cabe
pensar que todos sus miembros, sin distinción de edad
o sexo, colaborarían tanto en las actividades domésticas
como en aquellas otras derivadas de su economía. La
introducción del arado pudo significar el momento del
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El grupo de la Lloma en el entorno del Camp
de Túria. El espacio social
Enterramiento masculino en posición secundaria. Sector Este.
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paso de la mujer horticultora al hombre agricultor pero no
parece concluyente que la dificultad del trabajo de arada
fuera la causa de la separación de la mujer de esa actividad, tanto por el tamaño de las parcelas, lo ligero de los
suelos, el propio tipo de arado y la presencia de animales
de tiro, por lo que es razonable pensar que sería un trabajo compartido (Fernández-Posse, 2000). Y lo mismo con
la ganadería, puesto que el registro arqueológico y zooarqueológico contradice que sea una actividad «masculina»
y aboga por una tarea de carácter acusadamente doméstico y con buena compensación entre el aporte calórico a
la dieta y el aprovechamiento de productos secundarios.
La complejidad observada en las infraestructuras
de algunos poblados refleja la existencia de una estructura social capaz de organizar los trabajos de construcción
y mantenimiento; y la información del registro, en cuanto
a la variabilidad en las dimensiones y funcionalidad de
los asentamientos, permite plantear la hipótesis de un
territorio jerarquizado. Si pensamos, por ejemplo, en las
importantes obras de construcción en piedra, caso de la
edificación central de la Lloma, asumimos que se trata
de trabajos que exigen tiempo, fuerza y organización. La
cuestión es si, además, se requiere la asociación de un
grupo significativo de individuos más allá de la familia extensa, si buscaron alianzas en poblaciones cercanas para
recibir ayuda. O qué clase de vínculos mantenían con los
grupos vecinos.
Para dar respuesta a esta cuestión sobre los contactos entre los grupos es necesario abordar el estudio
del espacio social en el que habitan y el medio físico
donde se articulan las relaciones sociales, en un tiempo
y ámbito determinados. En el caso de la Lloma el reconocimiento de su espacio social así como de las conexiones
con otros grupos es complicado porque apenas conocemos las pautas del poblamiento en la zona inmediata, tal
y como hemos visto en un capítulo anterior.
La Lloma de Betxí se sitúa en un pequeño cerro
de escasa altura, con un control visual limitado y sin mu-
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rallas, por lo que se descarta una función defensiva. La
elección del emplazamiento se vincularía, más bien, con
la explotación de las tierras circundantes. El edificio de la
parte superior sería el caserío de una comunidad agrícola
reducida, en el que vivienda y almacén ocupan el mismo
espacio. La proximidad de una serie de asentamientos de
reducido tamaño también desprovistos de murallas no
supone lazos de dependencia o control del territorio, sino
que traduce la existencia de relaciones igualitarias entre
grupos vecinos.
Para determinar los vínculos entre dichas comunidades es necesario, pues, valorar el conjunto del poblamiento, la coetaneidad entre los yacimientos, la duración
de las ocupaciones y los ajuares domésticos; no obstante,
como ya se ha señalado, la falta de excavaciones modernas impide confirmar la cronología de muchos de ellos y
por tanto su contemporaneidad.
Acerca de las prácticas funerarias
En otro orden de cosas, también podemos acercarnos a los pobladores de la Lloma a partir del estudio
de los contextos y las prácticas funerarias, fuente de información privilegiada para conocer la estructura social y la
cultura de un grupo humano. Teniendo en cuenta que, en
Enterramiento de un cánido en posición primaria junto al individuo
masculino del Sector Este.
cualquier sociedad, la manera en que se establecen las
prácticas funerarias está en relación directa con la forma y
complejidad de la organización de dicha sociedad; si queremos conocer la diversidad en las actividades realizadas,
en el acceso a los recursos, en la distribución del producto, o si había consumo diferencial, debemos recurrir a los
restos humanos.
Desde mediados del III milenio a.C., la difusión de
objetos de poder y prestigio, como armas de cobre, cerámicas decoradas, oro, adornos, marfil o brazaletes de
arquero, presentes en contextos funerarios muestran la
existencia de redes de intercambio al servicio de determinadas elites sociales. Algunos individuos reciben un tratamiento especial a su muerte, con ofrendas que denotan
prestigio y autoridad mientras que otros no. Tal es el caso
[ 109 ]
[page-n-5]
Enterramiento masculino en posición primaria. Sector Oeste.
de la Cultura de El Argar en cuyas sepulturas encontramos
ajuares ricos, otros de menor calidad, individuos sin ajuar
e incluso muchos otros que ni siquiera merecieron enterramiento (Aranda y Esquivel, 2007).
La presencia de tumbas con fuertes disimetrías
en cuanto a la composición y riqueza de sus ajuares, en
niveles estratigráficos contemporáneos dentro de una
misma unidad habitacional, evidencian la existencia y el
desarrollo de aristocracias y de siervos asociados a ellas.
Una desigualdad que también ha sido puesta de relieve
por los estudios osteológicos a partir de las diferencias
observables entre los propios restos óseos, pues las primeras habrían desarrollado trabajos menos penosos que
los segundos (Contreras, 2004; Cámara, 2000; 2009).
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¿Y, qué ocurre en tierras valencianas? Durante la
Edad del Bronce, observamos una clara variabilidad en
cuanto al ritual, con enterramientos individuales en covacha próxima al yacimiento, enterramientos colectivos
y enterramientos individuales en poblados. Existen, además, marcadas diferencias en relación con la diversidad
cultural de nuestras tierras durante el II milenio a.C. Así,
las prácticas funerarias en las comarcas meridionales,
caso de San Antón, Tabaià o la Illeta, atestiguan su vinculación al territorio argárico. Mientras que en el área perteneciente al Bronce Valenciano, queda patente la variedad
de sus necrópolis y, al parecer, la ausencia de un ritual
funerario institucionalizado.
En el caso de la Lloma de Betxí sólo se conocen, hasta la fecha, dos enterramientos humanos (de Pedro, 2010).
En el Sector E, zona de ampliación del poblado que configura espacios de terraza, se localizó el primero de ellos,
un individuo senil en posición secundaria junto al cual se
encontraba el esqueleto de un perro en posición primaria. Destaca la presencia del cánido en tanto que presenta alteraciones de origen antrópico, marcas de carnicería
sobre algunos huesos, que podrían indicar su consumo en
[page-n-6]
relación con algún acto social o ritual; vinculado quizás al
enterramiento de un personaje objeto de una veneración
particular. La datación absoluta proporciona una fecha de
3650 ± 40 BP, calibrado a 2 σ entre 2140 y 1910 cal BC.
Y en el sector O, en la base de un gran muro ataludado que cierra la edificación superior, se halló el otro
enterramiento humano, éste en posición primaria, orientado en sentido este-oeste, con piernas y brazos flexionados y la cabeza vuelta hacia el norte, sin ajuar, en una
pequeña fosa de planta aproximadamente circular delimitada por una serie de piedras. Recostado sobre el lado
izquierdo, en posición decúbito lateral, pero con el tronco
muy inclinado hacia la derecha, quizás por causas post-
A
B
deposicionales. La datación obtenida para este segundo
enterramiento es de 3400 ± 40 BP, calibrado a 2 σ entre
1760 y 1610 cal BC.
En comparación con otras áreas peninsulares, al
hallarse pocos ajuares, la información en relación con la
presencia de inhumaciones diferenciales es escasa. Y ello
a pesar de la existencia de redes de intercambio, como
prueban determinadas materias primas y elementos de
prestigio como los objetos metálicos, cerámicas decoradas y botones de marfil que sí han aparecido en los contextos de habitación.
Los hombres y mujeres que habitaron la aldea. Mª J. de Pedro, E. Ripollés, L. Fortea
Reconstrucción del enterramiento del Sector Oeste.
A. Dibujo de Á. Sánchez.
B. Dibujo de F. Chiner.
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